Un leñador de Cheng se
encontró en el campo con un ciervo asustado y lo mató. Para evitar
que otros lo descubrieran, lo enterró en el bosque y lo tapó con
hojas y ramas. Poco después olvidó el sitio donde lo había
ocultado y creyó que todo había ocurrido en un sueño. Lo contó,
como si fuera un sueño, a toda la gente. Entre los oyentes hubo uno
que fue a buscar el ciervo escondido y lo encontró. Lo llevó a su
casa y dijo a su mujer:
-Un leñador soñó que
había matado un ciervo y olvidó dónde lo había escondido y ahora
yo lo he encontrado. Ese hombre sí que es un soñador.
-Tú habrás soñado
que viste un leñador que había matado un ciervo. ¿Realmente crees
que hubo un leñador? Pero como aquí está el ciervo, tu sueño debe
ser verdadero -dijo la mujer.
-Aun suponiendo que
encontré el ciervo por un sueño -contestó el marido-, ¿a qué
preocuparse averiguando cuál de los dos soñó?
Aquella noche el
leñador volvió a casa, pensando todavía en el ciervo, y realmente
soñó, y en el sueño soñó el lugar donde había ocultado el
ciervo y también soñó quién lo había encontrado. Al alba fue a
casa del otro y encontró el ciervo. Ambos discutieron y fueron ante
un juez, para que resolviera el asunto. El juez le dijo al leñador:
-Realmente mataste un
ciervo y creíste que era un sueño. Después soñaste realmente y
creíste que era verdad. El otro encontró el ciervo y ahora te lo
disputa, pero su mujer piensa que soñó que había encontrado un
ciervo que otro había matado. Luego, nadie mató al ciervo. Pero
como aquí está el ciervo, lo mejor es que se lo repartan.
El caso llegó a oídos
del rey de Cheng y el rey de Cheng dijo:
-¿Y ese juez no estará
soñando que reparte un ciervo?
Liehtse (c. 300 a.C.), recopilado en "Cuentos breves y extraordinarios", Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
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