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Mostrando entradas de noviembre, 2013

Putos fantasmas

No me considero una persona aprensiva, pero las cosas que suceden en casa de mi madre es para reconsiderarlo. La casa tiene tres plantas y está incrustada en roca encima del mar. Yo suelo dormir en una pequeña habitación del piso de abajo, no en la mía o la que me destinaron en su momento, sino en la chiquitita pensada -pienso yo- para invitados.

Que te den

Hay maneras y maneras de decir las cosas. Cada uno las dice como puede, quiere o sabe. A mí me gustan las maneras de los que solo pueden expresarse de un modo, el que les dictan sus corazones. Son , valga la redundancia, todo corazón. A estas personas

Lo que yo entiendo por zombi

(Para Francisco Machuca, amigo y escritor excelente) El zombi no es, como dicta la sabiduría popular -que en latín mal traducido vendría a ser “el pueblo sabio”-, un muerto en vida, sino un vivo muerto. Y aquí aparece el lío, porque desde lo más remoto del tiempo se ha creído, se ha querido creer en la resurrección, en la vuelta a la vida, sea la misma o distinta, sea como humano o como trilobite. La necesidad, la urgencia de eternidad siempre ha estado en la base de las religiones, tal vez por eso el fanatismo que toda religión, tarde o temprano, acaba por desatar. Vivir para siempre, sin considerar lo desmesurado de una vida eterna -porque la eternidad, así en abstracto y a bote pronto, puede parecer un don divino, pero sopesando sus efectos colaterales uno no puede sino sentir vértigo ante una inevitabilidad que acabaría por convertirse en condena, quizá en la peor de las condenas- es eternizar en vida lo concebido par tener un fin. Porque una vida sin final terminaría

Merecer o no merecer

Uno nunca merece lo que tiene, sea bueno o muy bueno, sea malo o muy malo. El verbo merecer pertenece por desmesurado a un ámbito más bien ilógico como la política o el protocolo desmedido en general. ¿Quién merece nada, algo o todo? Nadie y todos, o tal vez quien nada merece es merecedor de todo. Esto lo dijo, me parece, Jesús de Nazaret con otras palabras más claras y puede que también más crípticas. El merecimiento es la meretriz de las palabras, la puta de todos que a todos atiende y que a nadie consuela. ¿Se merece su fortuna el hombre más rico del mundo? ¿Sus penurias la mayoría de las demás personas? ¿Su sufrimiento el depresivo? ¿Su tonta alegría el irresponsable? ¿Su felicidad el bobo? ¿Su éxtasis el inmaculado y beato creyente? ¿Su vergüenza el tímido? ¿Su altivez la bella? ¿Merecemos algo alguno de nosotros? No, para nada, en absoluto. Se vive, se ama o no, se muere. Eso es todo. Así es la vida. Yo, dijo Sabina, por no tener no tengo ni edad de merecer. Se lo merece, digo yo