Imagínense mi decepción
cuando Laura se negó a dar el 'sí' en la ceremonia de nuestro
matrimonio. Son ese tipo de cosas que se relatan con su no poca
retranca, son leyendas urbanas que de tan manidas pierden cualquier
verosimilitud, como sketches muy repetidos en viejas películas sin
sonido, como una broma de mal gusto que le puede pasar a
cualquiera... menos a ti. Pero me estaba pasando a mí. Y no pude
sino recordar. Recordar el día que la vi saliendo del colegio con
sus compañeras; era la más guapa, mi Laura. Aceché día tras día
desde mi furgoneta hasta que uno de ellos se quedó sola camino de su
casa... y no sé ahora cómo, los recuerdos se me amontonan, logré
subirla en la furgoneta y la traje a casa. Desde entonces nada le ha
faltado y a pesar de sus gritos y sus súplicas (¿por qué? ¿Qué
quieres de mí? ¿para qué me retienes aquí recluída?) siempre
disfruté negándole una explicación a lo que para mí mismo
resultaba inexplicable. Ella, pretenciosa, quería ver cada
consecuencia como producto de una causa (y, dicho así, no le faltaba
rigor lógico); yo me envanecía sabiendo que solo tras mi capricho
impredecible se escondían las preguntas y las respuestas. Yo, para
ella, era Dios, y serlo con todas sus consecuencias, disponer a mi
antojo de su vida, de 'una' vida inválida y asustada en mis manos,
ha sido un deleite que que ha dado significado a mi existencia, un
éxtasis inenarrable de placer.
Pero cuando, pasadas unas
semanas, le pedí matrimonio y ella accedió con una sonrisa
enigmática tuve que haber sabido que algo iría mal. Lo preparé
todo a su antojo, no escatimé un detalle, y hasta el busto en
granito de mi querido padre sirvió como sacerdote improvisado, solo
porque ella se empeñó. Y en el momento señalado, tras leer yo
mismo en voz alta las palabras del misal, con mi padre y Dios como
testigos, ella dijo :”No, no te quiero ni te querré nunca, hijo de
la gran puta”. El resto no es más que ira, sangre y dolor. Yazco
bajo el busto de mi padre sufriendo una agonía que tal vez merezco,
pero la compenso con la imagen de Laura huyendo loca hacia un vacío
sin mí, sin mi amor ni mis atenciones. Tal vez, antes de morir, oiga
el sonido de bocinas que nunca estuvieron echas para alguien como yo.
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