En una entrevista a
Joaquín Sabina le oí afirmar que no defiende el toreo porque es
indefendible, pero que a él le encanta. No puedo estar más de
acuerdo con una opinión tan políticamente incorrecta. Los toros, el
toreo como espectáculo, el ir cansando a base de engaños a una
criatura para luego darle muerte y que esa representación de la
muerte inevitable sea también un motivo de esparcimiento y gozo para
gentes que no necesariamente entienden los entresijos de esa faena me
parece algo primitivo. Y por eso mismo, por su visceral primitivismo,
puede ser a la vez un arte y una atrocidad. El hecho de que haya
prevalecido lo primero ante lo segundo forma parte de la historia
medular de esta nación que lleva la fiesta del toreo en sus genes.
Con excepción de alguna comunidad autónoma cuyos gobernantes buscan
la singularidad apelando a la negación como sistema, manque se jodan
los ciudadanos. Sin entrar en pormenores yo destacaría -por destacar algo- de la fiesta
la tal vez justa -y singular- fama de los toreros de éxito con
retribuciones millonarias y una gloria que reciben en loor de
multitudes. Como si fueran, por ejemplo, futbolistas de primer nivel.
Y como estos se lanzan a escribir sus memorias a una edad más bien
temprana, para no dar cuartelillo al duende del olvido, digo yo. Y
ahora vienen las preguntas que a uno le atosigan cada vez que se pone
en plan metafísico. ¿Es necesario siendo un joven exitoso y
supuestamente feliz contar los pormenores de tu corta vida a todo el
que se tome la molestia de leerlos? ¿Son acaso esos pormenores un
modelo a copiar para conseguir tal éxito, o tal vez solo un aderezo?
¿Qué puede explicar un veinteañero, por mucha fama que la avale, a
un octogenario que sobrevivió a una guerra a cara de perro con sus
propios vecinos? La última pregunta, que va sin retraca: ¿Saben de
verdad escribir sin faltas de ortografía esos jovenzuelos?
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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