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Mostrando entradas de 2013

Putos fantasmas

No me considero una persona aprensiva, pero las cosas que suceden en casa de mi madre es para reconsiderarlo. La casa tiene tres plantas y está incrustada en roca encima del mar. Yo suelo dormir en una pequeña habitación del piso de abajo, no en la mía o la que me destinaron en su momento, sino en la chiquitita pensada -pienso yo- para invitados.

Que te den

Hay maneras y maneras de decir las cosas. Cada uno las dice como puede, quiere o sabe. A mí me gustan las maneras de los que solo pueden expresarse de un modo, el que les dictan sus corazones. Son , valga la redundancia, todo corazón. A estas personas

Lo que yo entiendo por zombi

(Para Francisco Machuca, amigo y escritor excelente) El zombi no es, como dicta la sabiduría popular -que en latín mal traducido vendría a ser “el pueblo sabio”-, un muerto en vida, sino un vivo muerto. Y aquí aparece el lío, porque desde lo más remoto del tiempo se ha creído, se ha querido creer en la resurrección, en la vuelta a la vida, sea la misma o distinta, sea como humano o como trilobite. La necesidad, la urgencia de eternidad siempre ha estado en la base de las religiones, tal vez por eso el fanatismo que toda religión, tarde o temprano, acaba por desatar. Vivir para siempre, sin considerar lo desmesurado de una vida eterna -porque la eternidad, así en abstracto y a bote pronto, puede parecer un don divino, pero sopesando sus efectos colaterales uno no puede sino sentir vértigo ante una inevitabilidad que acabaría por convertirse en condena, quizá en la peor de las condenas- es eternizar en vida lo concebido par tener un fin. Porque una vida sin final terminaría

Merecer o no merecer

Uno nunca merece lo que tiene, sea bueno o muy bueno, sea malo o muy malo. El verbo merecer pertenece por desmesurado a un ámbito más bien ilógico como la política o el protocolo desmedido en general. ¿Quién merece nada, algo o todo? Nadie y todos, o tal vez quien nada merece es merecedor de todo. Esto lo dijo, me parece, Jesús de Nazaret con otras palabras más claras y puede que también más crípticas. El merecimiento es la meretriz de las palabras, la puta de todos que a todos atiende y que a nadie consuela. ¿Se merece su fortuna el hombre más rico del mundo? ¿Sus penurias la mayoría de las demás personas? ¿Su sufrimiento el depresivo? ¿Su tonta alegría el irresponsable? ¿Su felicidad el bobo? ¿Su éxtasis el inmaculado y beato creyente? ¿Su vergüenza el tímido? ¿Su altivez la bella? ¿Merecemos algo alguno de nosotros? No, para nada, en absoluto. Se vive, se ama o no, se muere. Eso es todo. Así es la vida. Yo, dijo Sabina, por no tener no tengo ni edad de merecer. Se lo merece, digo yo

Lamentables políticos

El lenguaje de los políticos de este país casi siempre ha sido tendencioso y falaz . Han caído voluntariamente en el populismo para tratar de arrimar el ascua a su sardina. Los políticos españoles de los últimos treinta años siempre han destacado por su flirteo con la demagogia, que es la perversión de la democracia, es decir, han utilizado las palabras y los ademanes para confundir, a través de la persuasión y la seducción más rastreras, al pueblo, buscando su voto para continuar lo más posible en el poder, cada cual a su manera y de acuerdo con los supuestos privilegios sagrados de su zona, región o autonomía. Algunos políticos catalanes hablan ahora de anomalía histórica para hacer una llamada ciudadana a la independencia de Cataluña. Pero se olvidan de explicar -o puede que lo ignoren- que la historia no puede ser anómala porque se limita a registrar sucesos que han ido acaeciendo, hechos desnudos que solo los historicistas se atreven, con mucha osadía, a interpretar

De vuelta en casa

Hace dos días regresé de mi último viaje. Estoy cansado, ha sido una paliza. Como no soy un viajero al uso me meto en líos. No voy a restaurantes de postín ni visito zoos o atracciones, simplemente paseo de sol a sol por calles que a veces se vuelven siniestras, aunque jamás me siento amenazado, tal vez porque cuando me sumerjo en una cultura desconocida no sé qué debo temer, o tal vez porque mi ignorancia me vuelve temerario; tanto da. Me gusta perderme en medio de las multitudes porque es cuando más disfruto de la soledad. Me relaciono lo imprescindible para no creerme muerto, pero nunca voy más allá de la mera cortesía. Encuentro rincones hermosos que no salen en las guías y me siento a desvariar con los recuerdos de lecturas muy tempranas que ya me auguraban que conocería esos sitios. Disfruto y vivo, a veces lloro, la hermosura del conocimiento inesperado siempre me ha tocado la fibra. Al final vuelvo a casa con el alma más henchida, sabiéndome más comprensivo y men

Marsé

El escritor Juan Marsé, unos de mis novelistas de cabecera, dijo en una entrevista que aunque escribía sus novelas en castellano, su lengua materna era el catalán. Hasta aquí nada que objetar, porque es el mismo caso que Eduardo Mendoza o Vázquez Montalbán y ambos autores se han desenvuelto con singular maestría escribiendo en castellano, lo mismo que Juan Marsé. Pero en esa misma entrevista Marsé comparaba su situación con la de Nabokov y Conrad, autores que escribieron en inglés siendo sus lenguas maternas, respectivamente, el ruso y el polaco. A mí me cuesta ver un paralelismo en las situaciones de estos dos últimos escritores, que tuvieron que aprender inglés ya de mayores y escribir en esa lengua para ellos tardía, y ausente por tanto en sus recuerdos de niñez que tan importantes son en la obra de todo autor, y el bilingüismo de Marsé, que aprendió ambas lenguas de niño. De hecho, creo que fue Mendoza quien comentó en una ocasión que hablaba en catalán con, por

A un falso amigo

Ser caballero supone ser amigo de causas nobles y luchar por ellas y a Dios pongo por testigo que al no poder yo luchar conmigo dejé mi causa abandonada a las estrellas. Ser compañero supone ser amigo de amigos que se dicen compañeros pero su boca sabe solo decir: "pido". Cuando repaso mi historial maldigo a los que “amigos para siempre” me dijeron. Ser desprendido supone ser amigo de anteponer tus penas a las mías y lo indefendible defender contigo sacando pecho ante cualquier castigo y por ti ser castigado cualquier día. Fui caballero, compañero y desprendido, abandoné mi causa y abanderé la tuya y con orgullo firmo lo que digo. De nada de lo dicho me desdigo. El premio cosechado fue una puya. Te muestro mi sonrisa y me despido.

Matar al Papa

Una vez soñé que mataba al Papa. El hombre no me había hecho nada, al menos de manera directa, aunque a través de sus prosélitos y maestros míos... pero eso es otra historia. Digo que no me había hecho nada, pero se lo estaba haciendo con gran crueldad disculpada a su parecer por una perenne sonrisa beatífica, a millones de personas en el mundo, sobre todo a los más pobres que suelen ser para colmo los peor informados. El peor delito del Santo Padre era, a mi parecer, la recomendación/imposición de no usar condón durante el coito. Según él y desde siglos atrás todos los ministros de la iglesia católica, la coyunda entre hombre y mujer debe tener como finalidad la procreación. El disfrute es un mal inevitable -un side effect, en jerga bélica- y debe limitarse a su mínima expresión dentro de las posibilidades humanas. Y aquí surgen dos debates, a saber: 1) ¿Es digno alumbrar un niño al mundo sabiendo que trae una condena de muerte debajo del brazo, condena que cumplirá al poco no sin a

El gran John Fowles

Imagínense mi decepción cuando Laura se negó a dar el 'sí' en la ceremonia de nuestro matrimonio. Son ese tipo de cosas que se relatan con su no poca retranca, son leyendas urbanas que de tan manidas pierden cualquier verosimilitud, como sketches muy repetidos en viejas películas sin sonido, como una broma de mal gusto que le puede pasar a cualquiera... menos a ti. Pero me estaba pasando a mí. Y no pude sino recordar. Recordar el día que la vi saliendo del colegio con sus compañeras; era la más guapa, mi Laura. Aceché día tras día desde mi furgoneta hasta que uno de ellos se quedó sola camino de su casa... y no sé ahora cómo, los recuerdos se me amontonan, logré subirla en la furgoneta y la traje a casa. Desde entonces nada le ha faltado y a pesar de sus gritos y sus súplicas (¿por qué? ¿Qué quieres de mí? ¿para qué me retienes aquí recluída?) siempre disfruté negándole una explicación a lo que para mí mismo resultaba inexplicable. Ella, pretenciosa, quería ver cada

Joven, feliz e indocumentado.

Uno se pasa las horas buscando un tema sobre el que escribir hasta que un día se da cuenta que temas, así en abstracto, sobran, pero ya sea pereza mental o bien autoengaño el caso es que uno no los ve, no los caza al vuelo, ni siquiera toma notas. No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el saber popular, que tiende a exagerar y en las exageraciones siempre hay algo de verdad. Vale, de acuerdo, temas no faltan, soy consciente de eso, ¿entonces? Entonces acudo de nuevo a la pereza mental y al autoengaño. ¿Por qué me da pereza escribir sabiendo que esa actividad me proporciona deleite, que tal vez escribir sea incluso mi destino? Suena a paradoja o apunta a una personalidad masoquista. Disculpen que no tome partido, estoy analizándome y cuesta ser objetivo con uno mismo. Paradoja sana, masoquismo insano, no sé. Sinteticemos, la paradójica desgana que me impide escribir nace del... ¡miedo! Sí, eso es, el miedo me tiene en el dique seco, pero miedo ¿a qué? ¿A no tener la

Cagado de amores

En este universo que habitamos casi todo está sujeto a unas normas que, con independencia de quien las dictara, se empeñan en seguir cumpliéndose a lo largo de los milenios. Hay normas naturales para casi todo, y casi nada puede el ser humano al respecto. Llueve, sales de todas formas y ya diluvia. Lavas el coche y lo mismo. Una noche romántica con una chica a la que después del cine invitas a cenar y va llueve, a mares. Contemporizas haciendo piruetas con tu libido pero al final todo al carajo. Una pareja va de vacaciones de novios a Puerto Rico y les pilla un huracán. No uno cualquiera, sino el Yolanda, el más devastador de los últimos centenios. La materia que acumulan para contar a los nietos no compensa la manera de jugarse la vida en fechas tan señaladas para ellos. Es evidente que designios mayores gobiernan nuestra vidas. Y esto me trae a la cabeza las cosas del amor. Uno no ama por amar, como si fuese el resultado de una ecuación; al revés, uno ama a pesar de es

De toros y escritura

  En una entrevista a Joaquín Sabina le oí afirmar que no defiende el toreo porque es indefendible, pero que a él le encanta. No puedo estar más de acuerdo con una opinión tan políticamente incorrecta. Los toros, el toreo como espectáculo, el ir cansando a base de engaños a una criatura para luego darle muerte y que esa representación de la muerte inevitable sea también un motivo de esparcimiento y gozo para gentes que no necesariamente entienden los entresijos de esa faena me parece algo primitivo. Y por eso mismo, por su visceral primitivismo, puede ser a la vez un arte y una atrocidad. El hecho de que haya prevalecido lo primero ante lo segundo forma parte de la historia medular de esta nación que lleva la fiesta del toreo en sus genes. Con excepción de alguna comunidad autónoma cuyos gobernantes buscan la singularidad apelando a la negación como sistema, manque se jodan los ciudadanos. Sin entrar en pormenores yo destacaría -por destacar algo- de la fiesta la tal vez justa -y sing

Ayer

  Ayer mi vida se vio sacudida por un seísmo de proporciones apocalípticas. Ya no podrá volver a ser la misma por más que yo lo pretenda. Como nunca me había ocurrido algo semejante estoy falto de referencias para expresar con claridad el suceso extremo que me perturbó ya para siempre. Fue algo brutal y dulce al mismo tiempo, un alud de nieve y un incendio furioso, una colisión astral en el jardín de mi casa. Acontecimientos así te marcan para siempre, alteran tus códigos, prioridades, preferencias y te abandonan, empapado del sudor del miedo, en medio de un campo en barbecho, tu vida en barbecho, tu vida hasta entonces predecible como las estaciones y apacible como un trigal dejándose mecer por el viento. Ayer pude oír una frase (“¿Papá, vamos esta tarde al cine?”) que volvió mi mundo del revés. Una frase dicha por una niña de seis años en cuyos ojos negros vi reflejada la cara de mi muerte. Los ojos de mi hija, la que no tuvo la menor oportunidad de nacer y en cuya alma inexistente

Veleidosas noticias

Mourinho llegó al Real Madrid con sus genitales como único aval y tras ciscarse en la afición madridista y, para que no quedase duda de su animosidad respecto del resto del deporte -y no solo el deporte- español, se marcha al parecer con esos genitales bien lubricados por bocas que no tardarán en escupir asquerosidades cuando les pregunten por el zar luso. Nuestros nietos tal vez se pregunten cómo pudo un incompetente tan antipático encandilar a gente tan supuestamente bien preparada. Intercambio adrede el contenido de dos noticias recientes. “Un terremoto devastador causa ochenta muertos en Boston, Massachussets, mientras en las calles de Teherán y aprovechando la celebración del maratón anual que tiene lugar en esa ciudad una bomba casera acaba con la vida de tres personas y hiere a docenas. ¿Adónde iremos a parar? ¿Es que los terremotos ya ni respetan una ciudad como Boston, donde los Padres Peregrinos instituyeron las bases de la democracia? Por último,

El último hotel

Vas de hotel en hotel buscando un refugio definitivo, una estancia que te haga evocar un hogar, un plácido remanso de paz que mitigue tus dolencias por los siglos de los siglos. Cada hotel te ofrece una promesa más deseada que real. Cada hotel acaba con tus sueños como una amante con prisas y al final hastiada. Búscate una casa propia, desgraciado, donde esconder tus miserias y sin testigos de tu banalidad, una casa que guarde tus secretos y tal vez ilumine tu incierto camino hacia la muerte. Un hotel que sustituya tu vaga idea de una paz otoñal en una casa plena de matices, de recuerdos, de felicidad. Hoteles así solo hay en tus sueños, donde dormido vives tu auténtica realidad, hoteles de paso, hoteles de invierno, hoteles cerrados al mundo real. En París y Roma, El Cairo y Alejandría, en Amsterdam y en Siracusa, donde se quiera buscar, habrá siempre un soñador con cara triste en un hotel que solo admite clientes que no saben adónde van. Porque yo transito la tierra si

¿Un hotel?

Me desperté con la misma tensión de todas las mañanas, los músculos agarrotados, la garganta seca y dolorida y una telaraña espesa sobre mis ojos, por no hablar del dolor lacerante en mi cabeza. Me levanté y traté de arrastrar con las friegas de agua la película de lo que fuese que me estaba impidiendo ver. Pero aquello se resistía, no eran simples legañas. En ese momento sonaron unos golpes en la puerta de mi estancia. ¡Jodidos hoteles! Siempre fastidiando en el momento menos adecuado (que si es para hacerle la cama, que si es por si necesita algo, que si el minibar...). Está bien, contesté, pasen y dejen lo que sea o hagan lo que tengan que hacer, gracias. Sentí entrar y, al momento, salir al empleado. Bajé al jardín a tomar el sol. Lo que enturbiase mis ojos fue desapareciendo por momentos, mis músculos se relajaron y el dolor de cabeza remitió. Tumbado en la hamaca más cercana a la piscina que encontré busqué sin éxito recuerdos, referencias de la última noche. Nada.

El hotel

Elegí el hotel porque su fachada no afectó a mi ánimo. Nada vi en ella que me predispusiera a favor o en contra de aquel establecimiento por mor de alguna tecla secreta de mi subconsciente sutilmente tocada por aquella contemplación. Así que entré, me inscribí (con nombre falso, como siempre), me instalé en la habitación que me asignaron dejando la maleta en el suelo y lanzándome a la cama con la avidez de quien se hunde en las aguas de un río un mediodía ardiente de verano. Cuando desperté ya era de noche, una noche estrellada de verano apenas menos calurosa que la tarde. Abrí el balconcillo que daba a la playa y encendí un pitillo acodado en la baranda. Había un paseo marítimo estrecho y mal iluminado por donde se veían caminar parejas y correr a viejos mal informados sobre las virtudes del deporte a cierta edad. Al fondo, el mar donde se reflejaban, rieladas, las luces estelares. Tiré la colilla y entré en la habitación para tomar una ducha. Entonces escuché los pasos

Un partido

No era un partido de futbol cualquiera, era contra el colegio Europa. Un grupo de nosotros, todos del colegio malagueño Puertosol, situado en el puerto de la Torre, habíamos dejada bien alta la bandera de nuestros valores (o rencores) personales en distintos torneos de fútbol donde si no ganábamos quedábamos muy cerca. A p esar del nulo apoyo de nuestro colegio . Éramos unos amigos que además de compañeros de estudios buscábamos algo más de lo que aquel colegio nos proporcionaba: una gloria deportiva que nos pertenecía. Una pequeña gloria que ansiabamos tanto como los notables o los sobresalientes que recibíamos tal vez a modo de compensación por las carencias de infraestructura deportiva de aquel bendito Puertosol. Y un día nos dijeron sin más: “El sábado tenemos partido con los del colegio Europa, en su campo.” El colegio Europa era para nosotros la repera, el top ten. Sus alumnos eran, a diferencia de nosotros, listos, guapos y con futuro. Su equipo de fútbol

Tertulias etílicas

Veo de vez en cuando un programa de televisión cuyo nombre no consigo recordar (El agua y el gato, el cascabel al agua, el cascabel del gato...). Es un programa de debate sobre prácticamente todo siempre que la opinión sea más importante que lo opinado, como viene siendo norma en todos los programas de debate. Lo que llama la atención de este es que los contertulios, en vez de -o además de- la dichosa iPad tengan sobre la mesa una copa de vino tinto. Mi perplejidad se revela a través de algunas preguntas: ¿Por qué tinto y no blanco? ¿Por qué iPad y no iPad mini? ¿Por qué no agua? ¿Por qué no Samsung?...y así 'ad infinitum' o casi. Lo que de verdad me gustaría saber es si la presencia de la copa de vino se debe a un capricho del encargado del atrezzo o a una exigencia del responsable del decorado. Porque si la culpa fuese del primero le mentaría a la madre; y si del segundo, a la madre que lo parió. El alcohol, sea quien sea el hijo de la madre a quien me d

Olfato literario

  Me gusta hacer como que hago de ratón de biblioteca, pero solo en blibliotecas frívolas, como Fnac o Casa del Libro. Las serias apenas las visito porque la miasma del muermo que desprenden me producen sopor. En las frívolas, desprovisto del hábito de la canonjía, me muevo a mis anchas y disfruto como un enano. Enano, enano... ¡El señor de los anillos! La leí tres veces, la primera convaleciendo en un hospital de Málaga en pleno Agosto. Soporté el suplicio de semejante convalecencia gracias a Mr. Tolkien y su universo, tan minucioso que acaba por dar miedo. Miedo a la posibilidad de lo otro, y ese miedo me alegró las noches de calor infernal. Gracias señor Tolkien. Por cortesía no opinaré sobre la película que años más tarde se hizo. Además no la he visto. (Me temo que voy por mal camino). Hace unos doce años, hurgando entre los estantes más bajos de una de esas frivolitecas (anda, me acabo de inventar una palabra), rescaté dos libros casi polvorientos, bueno, al menos uno de

Robinson y la economía

  Es difícil, a pesar de carecer uno de unos mínimos conocimientos sobre economía y finanzas -y por consiguiente de políticas económicas y financieras- sustraerse a la tentación de elaborar -es un decir- su propia teoría de por qué estamos atrapados en esta espantosa crisis que, digámoslo, es ya mundial. Antes de exponer mi teoría permítanme que les cuente a modo de anécdota tal vez aclaratoria lo que un servidor oyó en una clase de macroeconomía dentro de un programa para directivos tipo MBA. El profesor era didáctico, elocuencia no le faltaba y se complacía escuchándose. Esto fue más o menos lo que dijo para ilustrar el fenómeno de la inflación, que es muy resumidamente el alza injustificada de los precios de los productos de consumo con el consiguiente deterioro del poder adquisitivo de las rentas de las familias. “ Imagínense a Robinson Crusoe, náufrago a la fuerza -y qué náufrago no lo es- y único habitante de una isla desierta, es decir, sin congéneres. Robinson s

Adiós, amigo

Antes de yo buscarte te encontraba pero de hacerlo tardaba en encontrarte disimulando entonces no ver que allí estabas por la simple burla de desconcertarte. Fuiste fiel y bueno y además roncabas como quien no tiene en su conciencia lastre y fuiste tímido y jamás entrabas en casa, por más que me empeñara en invitarte. En tu manto de pelo limpio y noble lloro una pena que se irá a buscarte a lomos de ese tiempo que fulmina al roble. Bajo un naranjo que no acierta a llorarte tu enorme cuerpo muerto abulta el doble. Hay una eternidad que te requiere. Parte.

Venganzas

Aparcado en mitad de la noche frente a la ventana de mi cuarto y también frente a la ventana del cuarto de mi madre un interminable parpadear de luces de cigarrillos dentro de aquel coche siniestro me estaban anunciando desde que la tarde en mi barrio se deshizo en oscuridad que la amenaza muda que recibí de Truman el Sordo no había caído en el olvido, que Truman tal vez era sordo -eso nadie lo sabía con certeza- pero que su memoria funcionaba como un reloj. Como ese reloj que le birlé a Wilford el Cegato un segundo antes de que la mirada desencajada de mi amigo Toby me advirtiera del error que estaba cometiendo y que ya no podría deshacer porque aunque Wilford fuera cegato -tampoco esto se sabía con seguridad- poseía un sexto sentido para las cosas que se salían de contexto, como que un mocoso y harapiento huérfano de policía lo ridiculizara afanándole en mitad del pasillo del cole, justo a la salida de los vestuarios, el reloj que Truman le había regalado un día en agradecimiento a

La otra

Esta mañana he conocido, por fin, a la nueva secretaria; hoy ha sido su primer día en la fábrica. Es una chica joven, no más de veintiocho o treinta le calculo, de buen aspecto, incluso guapa, y se ve que se esfuerza por caer bien. Me la ha presentado don Abundio en su despacho, al que nos ha convocado a las dos, para dar la bienvenida a Fabiola Yáñez a su nueva empresa, y para especificar los cometidos y tareas de cada una, ya que vamos a compartir en adelante un puesto   que hasta este momento, y durante más de veinte años, ha sido de mi exclusiva responsabilidad: secretaria personal del Presidente y Director General de la compañía Ahumados Pitanza –en un principio al servicio de don Arcadio Pitanza, padre de don Abundio, que a los pocos años de mi incorporación a la empresa le sustituyó, por fallecimiento del padre-. Al tratarse de una empresa familiar, su organigrama presenta un esquema jerárquico bastante tradicional: en la cúpula se sienta -metafóricamente,