Debo esperar el alba, lo mismo que un profeta, para anunciar la buena nueva de un nuevo día, para saltar alegre junto a los juncos y junto al río. Debo cantar a los rayos del sol, a la esperanza, al cielo anaranjado y a las hojas recién tintadas de los álamos, con un tinte nuevo y copioso que el cielo regala cada día a quienes quieren verlo como un regalo. Debo esperar al ocaso que el mismo cielo oscurece con un velo los bellos tientes con que pintó el día. Y es en el ocaso y muerto de miedo cuando los cielos anaranjados y la esperanza fría enturbian la alegría que dura un día, un día no distinto a otro cualquiera.
Un alienígena alucinado.