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Hace un par de días un periódico de tirada nacional daba el siguiente título a una entrevista a un actor español: “Ser intelectual y ser de derechas son cosas incompatibles, o se es intelectual o se es de derechas.” Desconozco, porque no leí la entrevista, si la frase fue sacada de contexto. Pero no pudo evitar una pequeña reflexión por mi parte ya que estoy algo cansado de la excesiva intromisión de la política en la vida diaria de los ciudadanos. Soy consciente de que en un sistema democrático que ha acatado -con mayor o menor recelo- un determinado modelo de comportamiento en sus relaciones comerciales como el capitalista tenga dudas de ese sistema cuando falla y lleva a los ciudadanos al límite de sus posibilidades y de su aguante. Que el fallo no se deba al sistema adoptado sino a la manera en que los políticos lo interpretan/manejan/manipulan no pasa de ser una convicción personal, pero profunda. No reconocería a un intelectual ni en estado de hiperlucidez, o sea borracho, y sigo sin conocer los límites entre la derecha y la izquierda (en España). Tampoco soy un tipo culto, pero he leído a escritores radicalmente de derechas o de izquierdas y todos me han producido náuseas. Habría que preguntarle al actor entrevistado qué entiende por “ser intelectual” y también por “ser de derechas”, pero a bote pronto calculo que se ha cargado -o desposeído de su condición, dicho finamente- a unos diez, tal vez veinte o mil, incluso diez mil personas que han sido distinguidas pero no premiadas a lo largo de la historia por su contribución simultánea a la cultura y a la política con el beneplácito – a veces- del pueblo -los que votamos-. Porque toda media política, de derechas o de izquierdas, no debe juzgarse por las intenciones sino por sus resultados. Y que un actor use su privilegiada tarima para regurgitar ideas manidas sobre política me parece una mezquindad. Bastante tenemos con lo que está cayendo para que nos solivianten aún más personajes que no se han tomado la molestia de informarse antes de hablar.

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