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Se
sentó en el escalón de entrada de un portal y trató de
concentrarse en la conversación de don Arturo con el hindú. Al
parecer tenían un acuerdo desde hacía tiempo que el hindú, al
permitir que Pablo se llevara los zapatos, había roto. Tenía que
descubrir aquella trama que tenía pinta de amenazar su matrimonio
con Blanca. Se levantó e intencionadamente caminó hacia una
cafetería cercana. Los zapatos no se opusieron. Giró en redondo y
tomó la dirección contraria con el mismo resultado. Aquellos
zapatos parecían haber perdido el poder de guiarlo, como había
supuesto Pablo. Se dirigió entonces a la editorial, sabiendo que no
se encontraría con don Arturo. Subió al tercer piso y alcanzó su
despacho. Tras contestar algunas misivas internas a vuelapluma abrió
una pequeña caja fuerte disimulada tras un anaquel del estante
repleto de archivos y papeles de todo tipo. Sacó una carpeta repleta
de folios mecanografiados y la introdujo en un maletín astroso que
debía de ser muy viejo.
Había
compañeros trabajando que lo saludaron pero él no devolvió los
saludos y aquello extrañó a sus colegas, acostumbrados a la
complacencia y a la sumisión de Pablo Ramos, el yerno del jefe, la
mofa de la plantilla, el paria, el exiliado a la pobreza junto a su
mujer por don Arturo Mansel por haber cometido la osadía
imperdonable de quererse por encima de distancias sociales y futuros
apañados de antemano, por haberse casado por las buenas tras
amenazar con hacerlo por las malas.
Había
un buen trecho hasta la mansión de Blanca Doménech, suegra de don
Arturo y abuela de Banca, su mujer, pero hacía un día bueno y
decidió ir caminando. La señora Doménech intervenía poco en los
negocios familiares, es decir en la editorial, desde que su yerno se
hizo cargo de la dirección de la empresa. Sin embargo, mientras
vivió su marido, fundador de la empresa y verdadero artífice de su
crecimiento, ella colaboraba estrechamente con él, sobre todo en la
lectura y elección de nuevos textos para publicar. Siempre había
sido amante de la literatura y tenía olfato para los nuevos
talentos.
Llegó
más o menos a la hora de comer, así que tras ser anunciado a doña
Blanca, ésta, tras reponerse con elegancia de la sorpresa que
aquella inesperada visita le causaba, lo invitó a compartir mesa con
ella. Pablo se lo agradeció sinceramente ya que se sentía famélico.
Durante la comida y tras las primeras frases de tanteo doña Blanca
comprendió que algún suceso importante había endurecido el
carácter más bien apocado de Pablo.
-¿Sabe
tu mujer que has venido? -preguntó sin mirarlo a los ojos.
-No.
-¿Lo
sabe Arturo?
-No,
que yo sepa.
-Mira,
Pablo, disculpa que sea franca, pero no recuerdo haber mantenido una
conversación contigo desde que os casasteis Blanca y tú, siempre he
supuesto que debido a tu timidez o bien a tu aversión a las clases
pudientes (que incluye a cualquiera que tenga más dinero que tú,
más o menos a casi todo el mundo) y hoy te presentas en mi casa a
espaldas de tu mujer y de tu jefe, mi yerno, con una decisión y una
seguridad en ti mismo que ya las hubiera querido para sí Humphrey
Bogart. ¿Me vas a decir qué está pasando?
-No
puedo decirle qué está pasando, señora Doménech, porque todavía
no lo sé. Pero sí puedo asegurarle que algo va a pasar, algo de
gran importancia al menos para su nieta y para mí. En cuanto
disponga de más detalles será la primera persona en saberlos. Y
ahora si me disculpa -dijo al tiempo que se levantaba casi con
brusquedad- tengo que seguir este camino para llegar a un final
cuanto antes. Ya ha esperado su nieta bastante tiempo por culpa de mi
cobardía.
-Vaya,
Pablo, qué impetuoso -dijo doña Blanca sonriendo. ¿Puedo saber al
menos cuál será tu siguiente paso, hijo?
-Está
dentro de esa vieja cartera que he dejado en el recibidor. Es para
usted. Disponga de su contenido como le dicte su corazón.
Pablo
besó la mano que le tendió Blanca Doménech y se retiró con prisas
pero sin perder la compostura.
Blanca
Doménech, la matriarca de la familia, abrió la cartera en cuanto se
la acercó el mayordomo y sacó el fajo de papeles. Los puso sobre la
mesa y leyó lo que parecía un título o una presentación:
“Diez
novelas, cien relatos, mil poesías”
Por
Pablo Ramos Nieves
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