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Mostrando entradas de octubre, 2012

Los zapatos nuevos X

                                                            X Pablo Ramos nunca había sido un tipo violento. De niño huía de las trifulcas en el colegio y nunca contestaba a las provocaciones de los alumnos chuletas. Siempre que podía escurría el bulto, como decían sus compañeros. Pero no era miedoso, simplemente sentía aversión por la violencia, le parecían un recurso primitivo y absurdo para resolver las diferencias. Por supuesto, jamás había tenido un arma de fuego en las manos y solo la insistencia de su amigo Carlos le había hecho reconsiderar su postura. Carlos, de joven, trabajó como ayudante de un detective privado en Londres, adonde fue con una beca de estudios, pero su temperamento aventurero era incompatible con un horario riguroso y unas clases aburridas. Como era joven y valiente se acostumbró a frecuentar garitos en barrios peligrosos en busca de aventuras excitantes. Una noche lo provocaron y sostuvo una pelea de la que físicamente no salió bien

Esa esquiva alma

Volviendo a incidir en el tema, que diría un tertuliano, no estaría de más replantear la pregunta -palabras textuales del tertuliano- que tanto debate ha provocado desde que el hombre es hombre -esto es mío, lo siento-, es decir, intentando ser concreto: ¿Qué es el alma? Quiero decir, ¿existe?, y si es así, ¿dónde? Me refiero al lugar geográfico del cuerpo humano. Pero me he perdido nada más comenzar, como siempre, la pregunta era: ¿Qué es el alma? Nada, ni flores, no hay respuesta incontestable. Conjeturas, sí; hipótesis, por supuesto; suposiciones sin fundamento científico, pero -y el tertuliano ahora se afana- es que la ciencia está sobrevalorada, somos esclavos del progreso y eso nos separa de nuestro ser esencial -redundante pero efectista-, de nuestro pasado, del legado de nuestros mayores. De acuerdo, vale, pero la pregunta sigue sin ser contestada. Para la religión cristiana el alma es lo que confiere a un ser de humanidad, algo así como un DNI celestial que cert

Incidente en la venta del Trueno

El niño camina alegre por el polvoriento y áspero camino. Es pleno verano y le chorrea el sudor empapándole el torso y los brazos. También el culo lo tiene empapado. Silva fuerte para espantar la sed y se apaga de golpe el estridente chicharreo canicular; va camino de la venta del Trueno, a unos cinco kilómetros de la casa de sus abuelos, donde veranea con sus padres y hermanos. En la venta estarán su padre y sus tíos con algún amigo, bebiendo unas cervezas antes del almuerzo. A él le gusta acompañar a su padre cuando va allí porque siempre le compra algún refresco que el niño agradece como si fuese una bebida exótica. Además, le gusta asistir a las conversaciones de los mayores. Él tiene sólo nueve años pero ya sabe algo de fútbol y de toros. No le dejan intervenir en sus disputas pero alguna vez alguien, desarmado y solo en mitad de un debate, recurre a él buscando un ínfimo apoyo para su causa. -¿Verdad Luisillo que Gárate es mejor delantero que Amancio? -Yo soy

Los zapatos nuevos IX

                                                                          IX Caminó con lentitud deliberada hacia la editorial. Tardó una eternidad en llegar pero el tiempo había dejado de ser una cárcel para él y por eso no le importó. Decidió que cada instante era imprescindible y vivirlo con plenitud significaba morir para el resto de los instantes. Sólo vivo ahora, el resto del tiempo carece de significado porque no lo estoy viviendo. Se paró asombrado por la consciencia de estar aplicando a su vida lo que siempre había creído reflexiones metafísicas de un hombre que solo podía filosofar, pero no actuar. Un sentimiento de plenitud lo recorrió como una descarga eléctrica. Ahora era un ser humano, o volvía a serlo después de veinte años de sumisión, mansedumbre y dependencia. El edificio estaba casi desierto porque era la hora del almuerzo. En las editoriales los almuerzos suelen ser tardíos. Se dirigió a la oficina de Carlos, el supervisor de reportajes. Carlos He

Los zapatos nuevos VIII

  --> Se sentó en el escalón de entrada de un portal y trató de concentrarse en la conversación de don Arturo con el hindú. Al parecer tenían un acuerdo desde hacía tiempo que el hindú, al permitir que Pablo se llevara los zapatos, había roto. Tenía que descubrir aquella trama que tenía pinta de amenazar su matrimonio con Blanca. Se levantó e intencionadamente caminó hacia una cafetería cercana. Los zapatos no se opusieron. Giró en redondo y tomó la dirección contraria con el mismo resultado. Aquellos zapatos parecían haber perdido el poder de guiarlo, como había supuesto Pablo. Se dirigió entonces a la editorial, sabiendo que no se encontraría con don Arturo. Subió al tercer piso y alcanzó su despacho. Tras contestar algunas misivas internas a vuelapluma abrió una pequeña caja fuerte disimulada tras un anaquel del estante repleto de archivos y papeles de todo tipo. Sacó una carpeta repleta de folios mecanografiados y la introdujo en un maletín astroso que debía de ser muy vie

¿Hay que respetar los límites?

A veces uno se pregunta por qué no se contuvo a tiempo de hacer cierta cosa, qué impulso extraño lo llevó hasta el final, incluso si ese final fuera la muerte. En mi biografía hay ejemplos de este tipo de comportamiento ¿patológico? No creo porque ha sido muy esporádico. No voy buscando la muerte como norma, no soy un legionario, ni siquiera soy el novio de la muerte. Recuerdo que cuando practicaba el alpinismo solíamos entrenar en varias paredes del monte de San Antón , en Málaga. Eran paredes de roca carbonatada, muy firmes, donde difícilmente podías llevarte un susto si llevabas el equipamiento adecuado. Allí practiqué el rappel y la escalada con entusiasmo. Estar por encima del mundo sin maquinaria eléctrica me hacía sentir un super dios. Pero yo nunca tengo bastante cuando mis endorfinas se desbordan proporcionándome un subidón. Había, cerca de allí, una pared mucho menos alta que llamó mi atención. Me advirtieron que era roca mala, movediza. Aquello estab

Un día

Debo esperar el alba, lo mismo que un profeta, para anunciar la buena nueva de un nuevo día, para saltar alegre junto a los juncos y junto al río. Debo cantar a los rayos del sol, a la esperanza, al cielo anaranjado y a las hojas recién tintadas de los álamos, con un tinte nuevo y copioso que el cielo regala cada día a quienes quieren verlo como un regalo. Debo esperar al ocaso que el mismo cielo oscurece con un velo los bellos tientes con que pintó el día. Y es en el ocaso y muerto de miedo cuando los cielos anaranjados y la esperanza fría enturbian la alegría que dura un día, un día no distinto a otro cualquiera.

Me pregunto

Llevo ya seis años con esto de la escritura. Me pregunto cómo no descubrí a más temprana edad esta vocación. Me pregunto cómo descubriéndola tan tarde no me doy más prisa. Me pregunto a cuento de qué esos miedos que tanto me paralizan. Me pregunto si ser un inmaduro me sujeta la pluma. Me pregunto si antes de que lo fuera algo me la podría sujetar. Me pregunto por el convencimiento del sentido de uno en la vida, que nunca llega porque tal vez no lo haya, a pesar de Viktor Frankel y sus teorías persuasivas. Me pregunto si uno escribe porque ese es su sentido o para descubrir cuál es. Me pregunto por qué desde chico leo tanto, y por qué lo sigo haciendo a pesar de que ya no todo -ni, por desgracia, una parte menor- lo que leo me hechiza. Me pregunto si el hechizo es la finalidad de la escritura, un hechizo justificado así solo lo sienta un solo lector, o solo el escritor. Me pregunto si dar vueltas a las cosas me modifica, me hace mejor. Me pregunto de nuevo si el sol sale