IV
Portillo
era el apellido de la madre y lo usaba en lugar del apellido del
padre (Mansel) más por un asunto de apego maternal que por
esnobismo. Después de todo daba igual el que usara porque todo el
mundo en la ciudad la conocía, ya que su familia era muy conocida,
de esas que no pueden faltar en un cóctel que se precie ni en una
recepción como Dios manda. El padre de Blanca, Arturo Mansel, había
continuado la estirpe de empresarios locales que habían engrandecido
la ciudad, y dotado de un olfato inusitado para los negocios, había
agrandado el imperio familiar creando un holding que cotizaba en
bolsa y todo. Hijo único, no tuvo apoyo ni tampoco lastre de
hermanos, y con su tesón y habilidad construyó uno de los grupos
empresariales más potentes en España.
La
familia la componían Arturo Mansel y su esposa Blanca Portillo y
Sáez Habsburgo, una mujer procedente de la aristocracia y uno de los
trofeos más preciados que poseía don Arturo. La madre de Blanca,
Blanca Doménech de Habsburgo, y la hija de Arturo y Blanca, Blanca
Portillo, a secas y según su expreso deseo (aunque fue bautizada
como Blanca Mansel del Portillo y Sáez Habsburgo). De los familiares
de don Arturo solo quedaba su vieja yaya. Sus padres habían
fallecido en un accidente de avión y los parientes de sus padres
fueron mantenidos en el silencio con periódicas aportaciones de don
Arturo a una vaga fundación familiar de la que se beneficiaban
aquellos que querían (que eran todos) a cambio de no salir del
anonimato.
Al
nacer Blanca don Arturo depositó en ella todas sus ilusiones. La
veía como continuadora de su estirpe empresarial, ya que sabía por
los médicos que su mujer no podría engendrar más hijos sin grave
riesgo para su salud. Y como por fortuna don Arturo era de creencias
modernas no echaba de menos un varón para liderar sus altos
propósitos. Así que desde muy cría Blanca fue educada en el rigor
y en el respeto por sus mayores. También desde muy cría se vio que
Blanca no era de rigores y menos aún de respetos. Tenía su propias
ideas sobre la vida y en ellas no tenía cabida un sacrificio
inhumano sin un amor que lo compensara y compartiera. Un amor que no
tenía que proceder necesariamente de los círculos de su familia.
Así
que aquella mañana Blanca Portillo acariciaba contra su pecho la
cabeza de Pablo, de su amor, tratando de consolarlo como tantas otras
veces por creer él que la vida que le estaba dando a su mujer no era
digna de Blanca, y de ello tenía él toda la culpa.
Y
eso sentía el inconsolable Pablo cuando los zapatos le empezaron a
apretar como con odio. Y aunque Pablo trató de ignorar aquel dolor y
seguir aferrado al consolador pecho de su amada los zapatos apretaron
tanto y tanto que tuvo que separarse de ella y emitir un grito de
desahogo.
-Qué
te pasa, Pablo cariño, por qué gritas? -preguntó alarmada Blanca.
Pablo
notó que el dolor se suavizaba pero supo que era un apremio para que
hablase.
-Blanca
-miró a los ojos azules y llorosos de su esposa-, Blanca. Han sido
muchos años para ti, demasiados viviendo con un pobre trabajador que
te robó de tu hogar, de los tuyos, de tu destino. Demasiados años...
-Mira,
querido Pablo, ya sé que nunca hemos tocado el tema, pero te aseguro
que estoy contigo tan feliz como el primer día. Aquel 'regalo' de mi
padre no hizo mella en mi amor por ti. Aquella 'oferta' de trabajo
que te hizo fue una trampa en la que no caímos, porque supimos estar
a la altura de nuestras creencias y le hemos demostrado que podemos
sobrevivir con el sueldo mísero que te paga como corrector en su
editorial, aunque bien sabe quien te conoce que podrías desarrollar
un puesto de mayor nivel, que tienes dotes y capacidad y energía de
sobras. Pero nos hemos mantenido firmes durante veinte años y así
seguiremos otros veinte si hiciera falta...
-No,
Blanca, no es eso lo que yo quiero para nosotros, al menos para ti.
Hoy he ido a una tienda muy rara, una tienda hindú, y me he comprado
unos zapatos que o ando yo muy equivocado o han de resolver nuestras
angustias económicas.
-¿Unos
zapatos?
-Estos
que llevo puestos -y Pablo se los mostró. Al principio Blanca no
notó nada pero según fijaba su mirada en ellos en su mente
aparecían imágenes que nunca deseó ver, imágenes de otra vida que
pudo haber vivido al calor del dinero de su familia. Otra vida sin
Pablo.
Comentarios