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Mostrando entradas de agosto, 2012

Los zapatos nuevos VII

                                                                          VII A medida que avanzaba su convencimiento se hacía más fuerte. Tenía en mente todo lo que le diría a su suegro. Reproches, recriminaciones, acusaciones con o sin fundamento se atropellaban en su furia por desahogarse con quien había sido el causante de que Blanca no hubiera tenido la vida que se merecía. En su obcecación olvidaba que todo había sucedido con el consentimiento de las partes, incluida Blanca, que no hubo engaño ni traición por parte de don Arturo, quien se limitó a advertirle de las posibles consecuencias de su unión con Blanca. Pero en la mente de Pablo Ramos solo existía la imagen de la cara socarrona de don Arturo al hacerle aquella advertencia, y la de todos aquellos años desperdiciados en un puesto que debió haber dejado atrás hacía mucho para ocupar otro más adecuado para sus capacidades y su conocimiento exhaustivo del mundo editorial, un puesto que le habría proporcionado a

Los zapatos nuevos VI

                                                                    VI ¿Era reciente esa conversación o en realidad habían pasado veinte años? A Pablo se le antojaban iguales ambas opciones. ¿Había vivido una vida de folletín? No faltaban clichés. Un padre prepotente capaz de hacer sufrir a su hija querida solo por no plegarse a sus deseos, condenándola junto al hombre que amaba a ser marionetas cuyos hilos solo él movería a su antojo. Una esposa que renunció por amor y sin atenerse a las consecuencias a los dictados del padre, al lujo de un linaje, solo para ser suya. Un pobre hombre que solo contaba con una dignidad mal entendida para arrebatarle a una familia poderosa su bien más preciado. Habían pasado veinte años y su suegro y jefe se mostraba inflexible. Nunca hubo una oportunidad para él en aquella editorial. Su trabajo como corrector seguía siendo intachable, pero no daba para más, no podría demostrar su valía sin un ascenso que jamás le sería concedido. Su cap

Los zapatos nuevos V

                                                           V Se asomó a un abismo y el vértigo le cosquilleó el alma. Vio imágenes, retazos de otra vida en la pudo haber sido feliz y especial, la niña mimada de la alta burguesía, rodeada de caprichos, con sus padres a sus pies lo mismo que el resto del mundo. Le costó un gran esfuerzo enderezarse y apartar la vista de aquellos zapatos. Hundió su cara entre sus manos y estuvo así varios minutos, inacabables al parecer de Pablo, cuyo gran temor era que Blanca hubiese visto demasiadas cosas agradables que pudieran poner en peligro su unión. Así se lo dijo, con la mayor delicadeza que pudo, con un nudo en la garganta. -Ten cuidado con esos zapatos, Pablo, son de la piel del diablo. No te dejes tentar por ellos. La gravedad del rostro de Blanca reveló a Pablo que aquellos zapatos no solo hacían daño apretando, sino también trastornando las mentes si eran mirados con demasiada intriga. Debía tener cuidado. No miedo. Miedo

Los zapatos nuevos IV

                                                        IV Portillo era el apellido de la madre y lo usaba en lugar del apellido del padre (Mansel) más por un asunto de apego maternal que por esnobismo. Después de todo daba igual el que usara porque todo el mundo en la ciudad la conocía, ya que su familia era muy conocida, de esas que no pueden faltar en un cóctel que se precie ni en una recepción como Dios manda. El padre de Blanca, Arturo Mansel, había continuado la estirpe de empresarios locales que habían engrandecido la ciudad, y dotado de un olfato inusitado para los negocios, había agrandado el imperio familiar creando un holding que cotizaba en bolsa y todo. Hijo único, no tuvo apoyo ni tampoco lastre de hermanos, y con su tesón y habilidad construyó uno de los grupos empresariales más potentes en España. La familia la componían Arturo Mansel y su esposa Blanca Portillo y Sáez Habsburgo, una mujer procedente de la aristocracia y uno de los trofeos más preci

Los zapatos nuevos III

                                                    III Frente a la puerta de su piso, nuestro hombre, Ramos, el del traje raído (incluida, eso no se ha mencionado, la ropa interior), estuvo a punto de sufrir un ataque de nervios, no estaba preparado para mantener una charla con su mujer, una conversación seria y serena, aunque el deterioro de su matrimonio la iba haciendo más necesaria según pasaba el tiempo, imprescindible a esas alturas, pero el pánico que sentía a una confrontación con su esposa le hicieron dilatar el encuentro inevitable todo lo que pudo. Pero ahora los zapatos parecían haber tomado aquella determinación por él. Como era impensable salir huyendo, tocó el timbre. A los pocos minutos una mujer de pelo alborotado y ojos hinchados y somnolientos enfundada en una bata pálida y remendada abrió la puerta. Sus ojos recobraron la viveza de repente y su mandíbula descolgada le dio un aire de estúpida tal vez injusto. -Pero, Pablo, ¿qué haces tú

Los zapatos nuevos II

                                                                           II Nuestro hombre (no sería apropiado referirse a él como héroe, 'nuestro héroe', porque el conjunto de valores morales que atesora, su capacidad de raciocinio e intencionalidad vital lo capacitan más, mucho más, para ser un antihéroe que un héroe, pero ¿acaso existirían los héroes si no hubiera antihéroes? Son las dos caras de una misma moneda, y la existencia de unos presupone la de los otros y en su enfrentamiento se desata la tensión necesaria para dar vida al relato (basado en hechos reales o ficticios, lo mismo da). Caín y Abel, David y Goliath, Héctor y Aquiles, Sherlock Holmes y Moriarty, Belén Esteban y Campanario, etc.), nuestro hombre, decía, salió de aquella tienda con los zapatos nuevos que le quedaban como un guante cuando un guante queda bien. La melancolía, las preocupaciones, el miedo habían desaparecido y en su rostro brillaba una sonrisa de alivio y satisfacción tan

Los zapatos nuevos I

El hombre del traje marrón se detuvo a contemplar aquel escaparate. Le había llamado la atención desde que abrieron la tienda dos meses atrás. Él pasaba por allí todos las mañanas a la misma hora camino del trabajo y aunque los comercios de la ciudad abrían más tarde encontraba siempre abierta aquel nuevo establecimiento. Aquella mañana estaba más triste y preocupado de lo habitual y casi sin ser consciente se vio contemplando la variada mercancía que se exponía tras el cristal. La tienda se anunciaba con un nombre extraño y ridículo: 'La Maison del gentleman'. A pesar de que usaba dos palabras de idiomas diferentes entre sí y del castellano se podía deducir que ofrecía artículos de uso exclusivamente masculino, y por la pompa de los extranjerismos elegidos era de esperar que dichos artículos fueran cuando menos caros, pero el nombre no permitía adivinar qué tipo de mercancía se ofertaba. El hombre del traje marrón se dijo que porque llegara tarde un día al trabajo no le s