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Lecturas fingidas


Un actor metido a político dejó dicho en una breve entrevista sobre lectura que realiza cotidianamente un períodico nacional que el libro que más le había impactado era uno de “un escritor muy bueno” que iba sobre pintura. Concreto no fue el entrevistado, pero no me cabe duda acerca de su convencimiento de haber salido airoso del trance. Mismo períodico, misma sección, y ahora una joven actriz: “¿Mi lectura pendiente? El Quijote, por supuesto, pero con el poco tiempo que una tiene y lo grueso que es el libro...”. Uno se pregunta si esas breves entrevistas no serán una sutil estratagema pergeñada por el periódico para dejar en ridículo a sus entrevistados, casi siempre actores o actrices, artistas al fin y al cabo, y todo artista, es de rigor, debe poseer una opinión muy sólida sobre cualquier aspecto del universo artístico, cuánto más de literatura, epítome y emblema del Arte en nuestros días. Basta con que una opinión sea compartida por unos cuantos individuos a los que nadie se atreve a poner en duda para que se eleve a la categoría de axioma social y quede a salvo de cualquier controversia. Abrazada por todos, esa verdad ya indiscutible -¡hay que leer!, en este caso- queda grabada a fuego en el intelecto colectivo hasta el punto de que muchas personas -sobre todo las pertenecientes al muy variopinto estamento artístico- no dudan en mentir descaradamente para no quedar mal ante la “opinión pública”, para no quedar en entredicho, para dejar claro que lo suyo es “el arte”, "el mundo de la cultura". Es relativamente fácil para los 'muy leídos' dejar en evidencia a 'los impostores' de la lectura, a esas personas que hacen como que saben de lo que hablan sin haber leído en realidad más allá de un par de best sellers en toda su vida. Lo que ocurre es que a esos pretenciosos sólo los ven desnudos, como en el cuento del rey, los que de verdad leen. El otro noventa por ciento de la ciudadanía llegará incluso a pensar: “Hay que ver lo cultos que son estos artistas”.

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