Tarde llega mi tren, tarde
la despedida,
Tarde sobre tarde fuiste
una vaga sombra
que huía a las llamadas
de mi fuente viva
La fuente que nutría mi
ansia, mi anhelo,
el hontanar hoy seco que
regó mis días
de niño alegre y dulce
que creyó en el cielo
un cielo lejano sin techo
ni suelo,
un cielo eterno que se
repetía
repitiendo consigo mi
historia imposible
la historia de un niño
que en velo
velaba la sombra de un
sueño intangible
que nunca alcanzaba lo que
perseguía;
y que conseguía con duelo
y denuedo
aquello que nunca, por
contra, quería.
Esa fuente, hoy seca, seca cuanto riego,
y de su boca fiebre sedienta mana
y ardo a veces en terrible fuego.
Conseguir lo que no
pretendes
pretender lo que no
consigues
aprender a escuchar a los
duendes
que te dictan versos en
susurros tiernos.
Saber que no sabes, pero
suma y sigue
que el sabio siempre supo
superar inviernos
creyendo que sabia tarea
era aquella
hasta que de pronto y
desde el infierno
contra la sabia sapiencia
se estrella
de golpe su ciencia y su
sabiduría
comprendió lo tarde que
aprendió su ingenio
que ni él ni su astucia
le redimirían.
Mas no es mi tarea la
moral del otro
por más que no sepa cuál
es mi tarea,
mi instinto me guía como
a débil potro
y me interno dulce en esta
marea
que marea incluso a ese
que es el Otro,
y eterno me siento cuando
ya clarea.
Y espero ese tren jurando
no perderlo
por si acaso lo hubieras
tú cogido
y lo pierdo siempre, no sé
si sabiendo,
(huyendo inconsciente de
la despedida)
no sé si sabiendo o si presintiendo
que si lo supieras, tú te
bajarías.
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