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Mostrando entradas de marzo 25, 2011

Breve aclaración

Creo que dejé incompleto mi post sobre lecturas más o menos obligadas. Y, lo confieso, no lo escribí tal cual lo sentía por la pereza de la hora, quiero decir que lo cercené a sabiendas, con esa crueldad indolente que anticipa el pecado de desidia. No creo que haya libros de obligada lectura, pero sí una especie de bibliografía personal forjada con los hallazgos proverbiales y las recomendaciones más o menos acertadas que van conformando una biblioteca vital, obviamente escasa, cuya lectura nos aportará, según el caso, diferentes interpretaciones de la vida. Quiero decir que la única posibilidad de honestidad es leer tal y como se vive, a la buena aventura, y no ciñéndose a un disparatado programa cuya urdimbre, para ser creíble, tendría que estar tramada en el Parnaso. Me acabo de dar cuenta de que trato de justificar una postura intelectual. Que cada cual lea a su modo y sírvase el pretendido erudito citar cuantas fuentes estime convenientes para que no haya duda de su erudici

Miguel Hernández--Elejía a Federico García Lorca

  Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas, y en traje de cañón, las parameras donde cultiva el hombre raíces y esperanzas, y llueve sal, y esparce calaveras. Verdura de las eras, ¿qué tiempo prevalece la alegría? El sol pudre la sangre, la cubre de asechanzas y hace brotar la sombra más sombría. El dolor y su manto vienen una vez más a nuestro encuentro. Y una vez más al callejón del llanto lluviosamente entro. Siempre me veo dentro de esta sombra de acíbar revocada, amasado con ojos y bordones, que un candil de agonía tiene puesto a la entrada y un rabioso collar de corazones. Llorar dentro de un pozo, en la misma raíz desconsolada del agua, del sollozo, del corazón quisiera: donde nadie me viera la voz ni la mirada, ni restos de mis lágrimas me viera. Entro despacio, se me cae la frente despacio, el corazón se me desgarra despacio, y despaciosa y negramente vuelvo a llorar al pie de una guitarra. Entre todos los muertos de elegía, sin olvidar el

Lecturas imprescindibles

Siempre que visito Barcelona aprovecho para recorrer sus bien surtidas librerías, donde se reconcilian como en ningún otro sitio la buena literatura con la literatura de moda, incluso cuando coinciden, o sobre todo entonces. En una de esas librerías recurrí a una dependienta con pinta de muy leída, diferente a los jóvenes empollones que hoy se contratan más por la extensión de sus conocimientos literarios que por su capacidad de juicios valorativos. A esa dependienta de pelo blanco y corto y clara pinta de intelectual -si es que los intelectuales tienen o han tenido alguna vez pinta de serlo- le pregunté por un libro que dudaba si comprar. Se titulaba 'El hijo del hijo pródigo', y de su autor, Soma Morgenstern, nunca había oído hablar. La señora me contestó que su lectura era inprescindible para la cabal comprensión de la literatura centroeuropea de la primera mitad del siglo XX. Nada más oírlo, tuve que resistir el impulso de replicar que, para mí, la comprensión de la lit