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Mostrando entradas de enero 2, 2011

El elegido

Se llamaba Teófilo Diosdado pero en el seminario todos le llamábamos 'Dios'. Era un jesuíta de la rama dura (eso lo supe después), de los de cilicio y duchas frías antes de maitines; mostraba una engañosa mirada de ternura y una nariz aquilina sobre una boca de labios finos que sólo estaba callada cuando engullía alguno de nuestros pequeños penes. Entraba por las noches en el dormitorio común, tomaba por la mano al elegido tras susurrarle unas palabras en voz baja para despertarlo y se lo llevaba a su cuarto. Sobraban aquellas palabras tan temidas, porque estabamos despiertos; y todos fingíamos estar dormidos; aunque lo que de verdad queríamos era estar muertos. Desde aquel pabellón lóbrego que albergaba nuestros insomnios oíamos a veces algún grito, el estallido de una bofetada o de un latigazo y rezábamos para no despertar por la mañana, para morir en la cama sin el terror de un nuevo día pensando si me tocará esta noche a mí, para que descubrieran nuestros cadáveres bajo