Leo en los periódicos que Zapatero está realizando una gira por países árabes cuya finalidad no está del todo clara y cuya oportunidad es cuando menos cuestionable. La gira triunfal tiene su fin en Túnez, donde pretende al parecer ayudar al nuevo gobierno en su transición hacia la democracia. Buena voluntad no parece faltarle. Pero yo no consigo imaginar qué puede ofrecer a los tunecinos, aparte de buenos consejos extraídos sin duda de su exitosa experiencia en el manejo de la crisis económica española. Pero sí puedo imaginar el tono general de una comida de altos dignatarios de ambos países; es más, creo poder imaginar incluso los detalles de la misma. Sería algo así.
Zapatero y su homólogo magrebí sentados a la cabecera de una inmensa mesa repleta de viandas. Entre ellos, un traductor. Zapatero, ya comenzado el banquete, decide que es el momento de abordar las cuestiones importantes; y en vez de comenzar con un protocolario: 'MU-Y BU-E-NO ES-TE CUS-CÚS', dice en cambio: 'Querido/a y admirado/a señor/a responsable de la delicada coyuntura política que su estimado/a país atraviesa, y yo le puedo asegurar que para bien. En España siempre hemos seguido muy de cerca el recorrido histórico de este noble pueblo, al que admiramos y en el que buscamos ejemplo, y no creo exagerar si afirmo con rotundidad que el aire de sus montañas y valles es más limpio que el de la ciudad donde vivo, donde padezco -por culpa de la incompetencia política del señor Gallardón y del señor Rajoy- los maltratos de la ineficaz gestión de la derecha, cuya ceguera política sólo es comparable a las de los dirigentes de los países bananeros de África'. Dicho lo cual, queda expectante de la traducción con una incongruente sonrisa, entre maliciosa y gilipollesca, muy similar a la que lucía aquel muñeco con cara de niño malo que hablaba por boca de José Luis Moreno.
El traductor, amarillo como la arena del desierto, vuelve su cara desencajada hacia la expectante faz del tunecino. '¿Qué ha dicho', inquiere este. El traductor titubea y por fin lanza: 'Que el cuscús está muy rico, señor'. 'Ah, bien, bien, me alaga usded con su cordesía, señor Sabadero', 'a mí dambién me gusda bucho'. '¿Qué ha dicho?', inquiere nuestro prócer, y el traductor -colorado como el caldo de remolacha- improvisa: 'Que él también ve en España un espejo en el que mirarse, que admira nuestro ejemplar avance hacia la libertad y que espera devolverle a usted la visita dentro de no mucho siendo ya el presidente de una nación democrática'. 'Bien, bien', cabecea Zapatero, 'pues dígale que estaré encantado/a de recibirlo/a, y mejor si va acompañado de quienes en esa futura nación libre posean dinero en cantidad ingente para invertir en nuestra rentable patria, que lo es y mucho, por más que les pese a los retrógrados de la derecha, como el señor Rajoy, sin ir más lejos, que es un pedazo de asno y más puerco que un camello'. El traductor comienza a sudar y su frente se perla de gotitas, pero no desfallece e improvisa: 'El señor Zapatero asegura que jamás ha comido un tagín tan bueno'. 'Bien, bien, me gusda bucho esde hombre, pregúndele por qué se ríe dodo el rado'. Las vetas de sudor de la frente del traductor comienzan a tomar el color de la tinta china. 'Pregunta si están muy altos en España los impuestos sobre sociedades, señor'. 'Por Dios bendito, en absoluto, alteza, en absoluto, pero vaya usted pronto no sea que le pille un improbable gobierno del señor Rajoy y le joda vivo, que ese pájaro se las sabe todas y como se descuide usted, señor rajá, lo va poner mirando para la Meca'. El traductor, que con los pelos tiesos y la pálida faz adornada con líneas oscuras parece un cachorro de cebra, susurra con el alma encogida: 'Dice que el condimento está suministrado en su justa medida, y le pregunta por la receta de tan deleitoso plato'. 'Ah, bien, bien...
Y así hasta que el traductor sufre un colapso y tienen que evacuarlo.
Antes de despedirse, Zapatero le espeta al jerife: 'POR CI-ER-TO, MU-Y RI-CO EL CUS-CÚS'.
Con dos cojones.
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