Escribir y navegar son dos actividades con grandes similitudes. Embarcas, por ejemplo, con la intención de arribar a un puerto determinado y por vicisitudes a que los marinos están más que acostumbrados, resulta que, o bien arribas a otro puerto, si hay suerte, o bien te quedas al pairo, si hay suerte, o te comes una castaña de no te menees (y que haya suerte). La escritura no entraña tanto peligro físico, pero padece las mismas peripecias, y si no te las sabes apañar tu salud mental puede sufrir un naufragio de narices. La vida es bella, según dicen, pero a los que nos seducen las emociones fuertes nos lo parece sólo a veces, aunque con una intensidad sólo al alcance de marinos arriesgados o escritores suicidas. ¿Qué qué es esto último? Que lo responda un marino, si tiene huevos (con perdón).
Un alienígena alucinado.