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Mostrando entradas de abril 3, 2010

Una conversación

Era una brillante mañana de domingo. Estábamos en casa de la abuela en las afueras de Boston, una casa estilo colonial de dos plantas con buhardilla donde íbamos algunos domingos papá, mamá, Max y yo a comer chuletas a la barbacoa que preparaba papá en el jardín. Max y yo tendríamos unos diez años. Un alarido proveniente de la parte alta de la casa me asustó y corrí a refugiarme en las faldas de mamá. Max me miraba con una sonrisa de desprecio, él nunca se asustaba por nada. Mamá me acariciaba el pelo y me tranquilizaba con murmullos, pero yo notaba que ella también estaba temblando. Papá y la abuela seguían preparando la comida como si no hubieran oído nada. Siempre era lo mismo. Gritos, aullidos, blasfemias se alternaban con silencios que resultaban más angustiosos porque presagiaban nuevos alaridos más aterradores aún. Parecía que sólo mamá y yo los escucháramos, y Max, pero a él no le importaban, no los temía. La abuela y papá no los oían, o fingían no oírlos, seguían en sus tareas