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Zapatero a tus zapatos


Ser fiel a uno mismo, el cinismo como declaración de principios, es a lo que se apela cuando los desmanes de ese cinismo se hacen evidentes y a uno se le ve el plumero. ¿Qué es eso de ser fiel a uno mismo? ¿Qué es, si me apuran, ser fiel? La fidelidad es un valor de capa caída, casi un diplodocus de los valores. Ser fiel, ¿qué es eso? Muchos se rasgan las vestiduras deportivas cuando el ídolo de fútbol local acude al reclamo de más provechosas oportunidades deportivas y pecuniarias, pero se le perdona cuando, al final de su carrera, regresa manso al corral donde se crió por el mismo dinero que le ofrecieron en sus inicios. La fidelidad es veleidosa y aprovechada. En política no digamos, pero no por parte de los políticos sino de los ciudadanos, que creen -les han hecho creer- que su voto ha de ser perpetuo para un mismo partido, haga este lo que haga, en lugar de flotante y expectante de las maniobras de unos y otros para finalmente decidirse y decidir entre todos cómo premiar o castigar el desempeño legislativo de los diferentes partidos o coaliciones.

España está al borde de la quiebra, aunque por definición en economía se diga que un país no puede quebrar. El hecho claro es que si España cayera -quiero decir, fuera necesario su rescate económico-, el sistema europeo de integración progresiva para formar una comunidad única se iría prácticamente al carajo. Y el efecto amplificador que las malas noticias tienen en los mercados mundiales comprometería profundamente el sistema capitalista, dejando grietas por las que muy cómodamente se introducirían sus detractores, o simplemente los que nada tienen que perder si todo reventase.

Y los mandamases como quien oye llover. Ya está bien, ya la broma ha llegado demasiado lejos como para deshacerla quitándose las caretas, ya la broma no tiene maldita la gracia. Por Dios Santo, un poco de sensatez y vergüenza política; y, sobre todo, Zapatero, sé fiel a ti mismo y dedícate a tus zapatos, y a ver si Dios quisiera proveer. Ya has conseguido entrar en los textos de historia, se te recordará -o no- como aquel dirigente político que debió dedicarse a la magia, por tu capacidad para desviar la atención hacia cualquier sitio menos al que importa de veras a la sociedad que tú desgraciadamente diriges.

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