Las desventajas de una sociedad opulenta como la nuestra, que atraviesa crisis apocalípticas casi sin despeinarse, la sufren, ojo, no sólo las personas que pierden sus únicos ingresos junto con el empleo, sino también aquellas otras que sin ver menoscabado notablemente su poder adquisitivo para los gastos corrientes, se encuentran privadas de otros bienes irremplazables, disfrutados con natural desapego desde muy chicos y considerados, en base al inapelable argumento de que siempre ha sido así, como connaturales a la propia existencia. Por ejemplo, los servicios de los esteticistas, y por supuesto los de los cirujanos de la imagen.
Cambiar la cara sale caro y nunca se consigue -disculpen- por la cara. Cambiar los rasgos faciales que, con la materia prima telúrica aportada a través de los genes maternos y paternos -ojo al orden-, el tiempo ha ido esculpiendo a dictado del propio destino, es un lujo estúpido -como todos los lujos- que se lo pueden permitir sin riesgos sólo unos pocos; pocos pero muy adheridos a la causa inculcada por sus mayores de que mejor muertos que ajados por la edad. Es una toma de posición ante la vida, respetable y muy aséptica. El caso es que si la coyuntura económica perjudica en cierto modo este posicionamiento vital restringiendo coyunturalmente el nivel de sus emolumentos, estas personas agarran unos cabreos de no te menees, y sólo porque -diríamos los no iniciados- no les alcanzan los ingresos para borrar unas arrugas absurdas y molestas que el veleidoso tiempo se ha entretenido en esbozar sobre sus bronceados rostros.
¿Se trata de un problema a tener en cuenta por los gobiernos o es sólo un capricho de gente guapa sabedora del efecto que sobre ciertos sectores menos pudientes pero con aspiraciones de poderío de la sociedad operan su modus vivendi? Cuidado, no hay que prejuzgar a la ligera -disculpen de nuevo- sin tener contenido cierto para refutar argumentos enojosos. Una folclórica de postín declaró a un medio hace poco que se enorgullecía de llegar a los tropecientos años sin una arruga en la cara. Para ella, no cabe duda, la tersura facial es un asunto de peso, obliterando el estado de sus -por algo denominados así- órganos vitales. Es, me parece, una confusión entre el continente y el contenido, equivocando la relevancia que ambos poseen sobre nuestra fisiología, y cayendo por consiguiente en un túnel de viento conductual que con su efecto absorbente desdibuja el panorama de lo que vale la pena en la vida.
Por otro lado, hay gente que se preocupa absurdamente por la comida diaria de su familia debido, entiendo, a una desinformación acerca de los efectos saludables de la cirugía facial. Y esto sí que se debe a un desatino de los gobiernos, que con muy poca responsabilidad ponderan irreflexivamente el alcance de los múltiples efectos sobre la población de esta crisis financiera sobre cuya existencia sólo hasta hace muy poco ha habido un consenso unánime -les suplico, vergonzosamente, unas últimas disculpas-.
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