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Mostrando entradas de agosto, 2010

Luna llena

Como hace una noche clara de luna llena decido subir a la azotea a contemplarlas. Bvalltu está tumbado en la hamaca, con las gafas de sol puestas, tararea una canción. Nunca sé cuándo está de buen humor y cuándo soliviantado por alguna desmesura pequeñez, siento la misma impotencia que un mimo con bótox, aventuro una charla. -Bonita noche. -Si tú lo dices. Vale, hoy no estamos de humor, le sigo el juego. -¿Tarareas el 'canto fúnebre'? -Pienso en mi planeta. -Entiendo: teleeefooono, mi caaasaa. -Tenéis un estereotipo algo simple los terrícolas de los habitantes de otros planetas. -Bueno, tú no me pareces simple, todo lo contrario. -Entonces, a qué viene la ironía. -Para romper el hielo, hombre, que estás más rígido que una estalactita. Bvalltu se ensimisma aún más, creo que intenta trascenderse y, de algún modo místico, conectar con el alma de su planeta natal. Me parece que sufre, el pobrecillo, aunque cuando menos te lo esperas se vuelve más alegre que unas cast

Mi amigo Bvalltu

Veo a Bvalltu algo alicaído y como encorvado estos últimos meses. Se lo comento y me responde que está cargado de razón y eso siempre pesa y uno se resiente. Su autoestima, en cambio, está más enhiesta que nunca. Estos extraterrestres son un cúmulo de contradicciones. Su aparente inmortalidad les confiere un halo de prepotencia sólo comparable a la de algunos humanos que siempre me han parecido inhumanos, o infrahumanos, o extraterrestres, y que han practicado el proselitismo como método de autoafirmación frente a sus evidentes inseguridades. Los grandes déspotas que se auparon al poder a base de intrigas, falsedades, adulaciones, deslealtades y mucho oportunismo. Es, en el fondo, un don como otro cualquiera, sólo hace falta la oportunidad para ponerlo en práctica. Y han llenado páginas de la historia con sus horripilantes y mezquinas historias. Y han manchado de sangre ajena el libro del tiempo. Y nadie nunca luego les ha reprochado nada porque lo que queda en los libros son batallita

Sobre intolerancias

 En mi último post comentaba una noticia aparecida en algunos periódicos en la que una asociación musulmana reclamaba al gobierno español la libertad para que las mujeres musulmanas pudieran lucir el velo (en sus diferentes modelos, no sólo el burka). Quisiera considerar algunos puntos que por escribir a vuelapluma me dejé en el tintero.  El antropólogo francés Levi-Strauss siempre fue un gran escéptico de la convivencia en armonía de culturas deiferentes, sobre todo cuando la religión supone un elemento de peso en esas culturas. Aunque existe algún ejemplo en contra, como el imperio otomano tardío, por lo general la coexistencia de comunidades con culturas y religiones distintas siempre ha estado anegada de tensiones y a la menor excusa la emprendían a palos unos con otros. Se han tolerado porque en el fondo se necesitaban, principalmente para el comercio, pero el odio siempre ha estado presente. (Levi-Strauss era un escéptico incluso con la noción de Unión Europea: pueblos con un l

O sea

Puede parecer una broma de mal gusto o una estupidez recogida por error como noticia, de hecho quiero pensar que es lo uno o lo otro, pero aparece en un diario de amplia tirada y puede ser cierto: “Musulmanes de Lleida no toleran el veto al burka y amenazan con ir a la justicia, y piden respeto para los derechos de todas las mujeres”. Yo es que flipo, o sea, no sé, ¿vale? Si no estuviera tan cansado detallaría mis vivencias en países musulmanes -casi por definición fundamentalistas- referentes a la degradación que sufren allí las mujeres. No tienen derecho alguno, y aunque caben matices la realidad es así de cruda. Un ejemplo: las mujeres que no llevan velo son tenidas por prostitutas, en el sentido más humillante del término. Es tal la represión y la presión respecto a la virginidad femenina como condición indispensable para el matrimonio que los varones se dan literalmente por el culo -perdón- para desahogarse, y por supuesto la indigencia les lleva a ofrecer servicios sexuales a

Arrugas

Las desventajas de una sociedad opulenta como la nuestra, que atraviesa crisis apocalípticas casi sin despeinarse, la sufren, ojo, no sólo las personas que pierden sus únicos ingresos junto con el empleo, sino también aquellas otras que sin ver menoscabado notablemente su poder adquisitivo para los gastos corrientes, se encuentran privadas de otros bienes irremplazables, disfrutados con natural desapego desde muy chicos y considerados, en base al inapelable argumento de que siempre ha sido así, como connaturales a la propia existencia. Por ejemplo, los servicios de los esteticistas, y por supuesto los de los cirujanos de la imagen. Cambiar la cara sale caro y nunca se consigue -disculpen- por la cara. Cambiar los rasgos faciales que, con la materia prima telúrica aportada a través de los genes maternos y paternos -ojo al orden-, el tiempo ha ido esculpiendo a dictado del propio destino, es un lujo estúpido -como todos los lujos- que se lo pueden permitir sin riesgos sólo uno