A través de los amplios ventanales de la cafetería se veía gente paseando por la avenida; un pequeño parque donde madres jóvenes vigilaban a sus hijos en sus intentos por desmembrar los artificios metálicos concebidos para el juego pacífico de esos angelitos -y por tanto dotados de protecciones a prueba de bomba- adornaba el paisaje urbano del centro de la ciudad. El sol inundaba los árboles y las calles con una luz intensa que realzaba el contraste de los colores. Las pálidas petunias...
-¡Benjamin!
-¿Qué? -respondí sobresaltado al ser restituido a la realidad de la cafetería, poblada de olores rancios y suciedad.
-¿Dónde demonios estabas? Llevo un buen rato tratando de que me hagas caso.
-Disculpa...es el sol, la luz, no sé.
-Ya, estás poeta hoy.
-Puede ser -sí, podía ser, pero no era eso, era una punzada de nostalgia en el estómago, un vago mareo de añoranza de tantas posibilidades de felicidad que no había encontrado en mi vida...
-Mira, Ben, creo que te debo algunas explicaciones, pero que conste que no tengo por qué dártelas, ¿de acuerdo?
-¿Por qué lo haces entonces? Yo no te he pedido nada.
-No, pero has venido a Boca Ratón infringiendo Dios sabe cuántas leyes y reglamentos buscando algo, y supongo que no será un poco de sol.
-Tienes razón, te buscaba a ti. Quería saber por qué según un expediente que tuve oportunidad de leer en el despacho del abogado del Cornucopia estás muerta, estrangulada por el mismo Cornucopia. Y por qué el susodicho fue a parar al mismo manicomio en el que llevo más de tres años con la evidente intención de poner fin a mi encierro por la vía más expeditiva. Y, como es evidente que no estás muerta, qué relación hay entre vosotros dos.
-Te aseguro que no existe relación alguna entre nosotros. El Cornucopia es un matón de mala muerte y yo una detective, bandos enfrentados como comprenderás.
-Sí, pero sé por amarga experiencia que el dinero diluye los rencores y forja amistades duraderas.
-Sólo recibo dinero por mi trabajo, Ben, te lo juro. Yo no me vendo.
-Lo sé: la gente no se vende, a la gente la compran.
-A mí no. Estoy de tu lado, créeme.
-¿Simpatizas con los locos o te enamoraste de mí cuando fuiste al sanatorio?
-No seas imbécil, no se te da bien la ironía.
-En cambio tú eres una estupenda imitadora, el disfraz de china daba el pego. La bala que le incrustaste a la falsa Madison, en cambio, no era precisamente de fogueo. ¿Por qué la mataste?
-Porque ella te iba a matar.
-¿Por qué?
-Porque recibió por teléfono la orden de hacerlo.
-¡Ah! Aquella llamada. Y tú estabas allí para protegerme, supongo.
-Exacto. Sabía que en cuanto supieran que habías escapado del sanatorio no tardarían en sacar conclusiones. Tu única posibilidad era yo, así que usaron a una supuesta Madison para atraerte y liquidarte.
-¿Y cómo supiste encontrarla?
-Soy detective.
-¿Cómo lograste su confianza?
-Le hice creer que soy lesbiana, como ella. Y no vuelvas a preguntar cómo lo supe porque mi respuesta será la misma.
-De acuerdo, pero cómo supiste que aquella llamada de teléfono era para ordenarle que me matase.
-Ella me contó que la estaba esperando, era muy habladora en la cama, ¿sabes?
-Pero entonces tú también...
-Yo no, yo hago mi trabajo; punto.
-Vale, mujer, vale, pero menudo trabajito. Otra cosa, ya que al parecer sabes tanto ¿quién hizo la llamada?
-Tu hermano Maximilian.
Jodidas detectives.
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Un abrazo
Un abrazo.
Un abrazo M.J.