Lo malo de los novatos es que no saben nada. Eso lo arregla el tiempo y los contratiempos que sufren a causa de su ignorancia, que son cogotazos de la impaciente veteranía; lo malo es que algunos nunca aprenden, así los desnuque la vida. Y este novato -un novato con nombre: el Cornucopia-, si nos atenemos a su impecable comportamiento como loco de remate, no era una excepción, salvo porque tenía demasiada información sobre algunas cosas, y no la podía haber conseguido en su corta estancia en el centro. Eso confirmaba mis sospechas de que su reclusión allí no era fruto de la casualidad porque aunque era un pardillo respecto al reglamento implícito del manicomio, se lo pasaba por el arco del triunfo sin miramientos, y eso decía mucho más que lo que habría contado él si así lo hubiese querido. Pero no era de los que cuentan y tampoco se andaba con cuentos, al parecer.
Nunca hablo con nadie antes del almuerzo, llámenme maniático, yo pienso que me trae suerte, o que esquivo la mala suerte relacionándome menos tiempo con una panda de dementes. Pero aquella mañana el novato, o sea el Cornucopia me asaltó. Se me pegó al culo y acercó su boca a mi nuca para decirme: “Estás muerto, capullo”.
Yo me lo tomé tal cual, palabra por palabra. Es lo que hacen algunos locos y muchos cobardes. Así va el mundo.
El sudor del miedo descargó en mi cara como una catarata. Me acojoné. Además de loco soy cobarde; puede que mi cobardía me llevara a la locura; tengo atareados a varios psicoanalistas con el tema. Pero aquel vaho caliente que recorrió mi nuca surtió efecto, no sé si el que se proponía el Cornucopia, pero me acojoné hasta la última fibra, pese a que la frase puede que no sea correcta, ya que desconozco, aunque lo transite a menudo, el territorio del acojone. Es difícil recordar el camino que andas a ciegas y cagándote.
Tenía que hacer algo porque ya había hecho mucho y también porque sabía que aquel tipo no se iba a limitar a susurrarme como un enamorado obseso. No podía dejar el asunto a la mitad, porque si me detenía estaba muerto, por capullo. Me lo había dejado claro el Cornucopia. Pensé y pensé...
Decidí matarlo. No sé razonar, estoy loco. Los impulsos me pueden.
Jodidos impulsos.
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