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Mostrando entradas de enero, 2010

Purita

Es difícil moverse en un espacio plagado de seres sin raíces; los pasillos se eternizan cuando tratas de sortear vidas descuajadas, fantasmas enfermos sin conciencia que te asaltan con bruscos desasosiegos inaplazables, igual que críos. El camino a tu habitación puede ser un peregrinaje sometido a pruebas insalvables, un símil de la vida cuerda pero entre muros. Los matices de la pintura de las paredes se multiplican y confunden como una sinfonía inacabable de percepciones inauditas cuyo fin consiste en destruir tus últimas referencias del mundo exterior, en desorientarte para siempre con el propósito de que acabes aceptando el sistema esquemático y brutal del sanatorio como un canon de vida legítimo y hasta agradable. Los internos -eufemismo eficaz- son rehenes de sus locuras y cautivos de la de sus captores, que pasan por profesionales eficaces de la salud mental, con dotes suficientes para convencer a los familiares de los internos de que -inevitablemente, qué le vamos a hacer- es l

La carta

El cartero me contó después que había visto al director sosteniendo la carta con una mano desmayada mientras su mirada se perdía en el infinito. Todo el mundo en el sanatorio, incluido el director, llamaba cartero al enfermero encargado de repartir el correo, un buen tipo. Raro en él, comentó, qué pondría la carta. No lo sé y ya nunca lo sabré; no me dejan hacer llamadas, privilegios de los los que estamos locos, según dictamen de un especialista que babea y tiene ojos de sádico, pero competente al parecer para discernir la locura de...¿de qué? De la no locura, digamos, porque cordura, lo que se dice cordura, nadie puede saber si existe o qué es con exactitud, salvo por oposición a la locura, más detectable, y también, mal que les pese a los doctores, mucho más abundante. Mundo de locos y de necios. Afortunados los locos porque de ellos serán los manicomios celestiales. A los necios que les den. Pero aquel día abracé de nuevo la felicidad. Mi Jenny, mi adorada Jenny, había venido a

El circo

El enano se llamaba Gasol, por un afán de tomarse con desenfado su condición, si el nombre artístico era cosa suya, o por crueldad, si no lo era, y se declaraba admirador de Einstein, ¿le va la física?, pregunté, no, respondió, los seres deformes. Alguien me aclaró que se refería a Frankenstein; su mente hacía juego son su cuerpo. Un enano lelo, pensé, curioso. El payaso se creía en la obligación de serlo aunque no actuase, así que tuve que llamarlo al orden. Contestó a mis preguntas con cara triste y sin mover un músculo de la cara. Me aclararon que también era mimo. Alegría y tristeza a flor de piel, el alma en la cara, transparencia engañosa. La mujer barbuda tenía el ceño fruncido y una maraña de pelos que le asomaban por el sobaco. Estuvo reticente pero cooperó. La imaginé orinando en una pileta del servicio de caballeros. El domador de leones era un tímido enfermizo que se sobresaltaba por nada. Combatió mi mirada incrédula con un argumento sólido: los leones no comen

Desidia

Desde que leí a los psicólogos constructivistas de la escuela de Palo Alto soy capaz de compaginar mi necesidad de escribir con mi desgana para hacerlo sin el menor remordimiento y sin sentir que vivo una contradicción. Hay necesidades tan radicales que si una no las satisface muere, por ejemplo comer, dormir o ver un ratito a Zapatero en la tele; se trata de necesidades vitales de, valga la redundancia, primera necesidad. Otras son en cambio relativas y se manifiestan de modo lateral o tangencial; tales son las del espíritu, como por ejemplo escribir, coleccionar sellos o asesinar en serie. Estas últimas exigencias dimanan de nuestro más íntimo ‘yo’ y no satisfacerlas siempre produce un desasosiego en el alma, pero admiten postergaciones, a menos que uno sea un egoísta de tomo y lomo, como lo son casi todos los niños, algunos deficientes y los españoles, que exigimos a Zapatero acciones y no lirismo. Es por ello que, en mi caso, sentir la llamada de la pluma -no me malinterpreten, por