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Mostrando entradas de septiembre 3, 2009

El perro

El batallón avanzaba con la regularidad de un reloj. Un, dos,ar; un, dos, ar. El sargento, reenganchado varias veces para no verse sometido a la tortura de una vida en la que tener que decidir por él mismo, verificaba con cierto orgullo el perfecto poliedro humano de uniformes que repondían a sus órdenes como un solo mecanismo, al que guiaba a su capricho igual que un niño a un coche de juguete con mando a distancia. Su padre sirvió y murió por y para ese mismo ejército. Sólo tenía una debilidad, con los animales, pero la disimulaba muy bien. El sargento, aunque en el fondo compartía la debilidad del padre, jamás cedió a la sensiblería del cariño gratuito. Un, dos, ar. Sus hombres eran soldados de plomo en el mosaico guerrrero de su concepción de la vida militar, la única posible, viable, entendible y válida. Lo demás eran zarandajas de civiles que no sabían comprender una mierda: que sin ellos, los militares, sus vidas cómodas no estarían a salvo. Advirtió que un soldado de la retagu