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Mostrando entradas de junio 21, 2009

El banquero

Aprendió a odiar antes que a caminar. Fue el fruto de un ambiente corrompido que falseó su alma de modo irreparable. Nadie se ocupó de él y su educación consistió en aprender a sobrevivir por su cuenta, sin padres ni maestros, a palo seco. Bellaquerías y ruindades sustituyeron los sentimientos ingenuos que se suelen inculcar a los niños. Fue un pícaro de mala disposición, avieso y atravesado, y sobrevivió a su infancia como quien supera la agonía de un campo de concentración; pero acabó por tomarle gusto a su vida envenenada y llegó a ser un buen presidente de una sólida entidad bancaria. Hoy concede créditos y sonríe, inmune. Sonríe sobre todo cuando le hablan de crisis.

Tropelías

¿Valen más las vidas de diez estadounidenses que las de mil afganos? Porque al parecer las guerras imperialistas se plantean desde el supuesto de que los invasores-libertadores, por abanderar la causa de una supuesta libertad que les legitima para atacar sin escrúpulos a quienes para su desgracia no atinan a saber cómo ser libres por sí mismos, poseen una dosis de humanidad muy superior a los invadidos, que ocupan un grado sensiblemente inferior en el escalafón de los derechos humanos, de manera que además de padecer el yugo de sus propios gobernantes deben soportar un pisoteo indiscriminado de los libertadores por el simple hecho de constituir un grupo humano de categoría inferior; es decir, que son doblemente pisoteados por una cuestión de nacimiento que sólo tiene que ver con el azar. Han nacido en el lugar y el momento equivocado, y su religión no está de moda. Esta situación no es sólo de nuestro tiempo, y a lo largo de la historia se ha repetido hasta la saciedad, siempre para

El circo

No conozco alegoría más acertada sobre la humanidad que el mundo del circo. En ese mundo podemos ver con pasmo gentes que parecen irreales por la brutalidad esencial de su existencia, y que al mismo tiempo configuran los mitos malditos que dan carácter a la humanidad y que el resto de los humanos tratamos de ignorar en virtud de un principio de conservación de la autoestima que nos salvaguarda ficticiamente de la atrocidad inherente a todo ser de nuestra especie. Dijo Woody Allen que el mundo se divide en dos clases de personas: los tarados física o mentalmente, que constituyen la clase de los horribles; y el resto, que somos los miserables. En el espectáculo ilusoriamente mágico del circo podemos ver de cerca, como en un zoológico humano, a los horribles, porque horribles son incluso –o sobre todo- quienes acometen filigranas que percibimos como ‘contra natura’. Acróbatas, funámbulos, domadores de fieras, contorsionistas, magos; pero también la mujer barbuda, las siamesas, el hombre