Envuelto en la calidez del edredón disfrutaba de esos momentos en los que no se está despierto ni dormido, minutos o segundos de tiempo fronterizo, de tiempo de nadie, a caballo entre el sueño que no se quiere acabar y la vigilia a la que le da pereza comenzar, segundos, minutos de consciencia adormecida donde se mezclan la realidad soñada y la realidad percibida, el sueño y la realidad, mentira y verdad o verdad y mentira. Escuché, amortiguados, los pasos de mi gato sobre la moqueta del dormitorio, su ronroneo asmático y sordo; se acercó hasta mi lado de la cama, su sonido gutural subió de volumen; alargué mi mano por fuera de la cama para acariciar su lomo, su inacabable lomo. El rayo de una certeza me despertó de golpe; y recordé. Yo no tenía gato.
Un alienígena alucinado.