La burocratización excesiva de las organizaciones sociales y políticas es un fenómeno tan antiguo como las propias sociedades y ha sido uno de los primeros síntomas de su decadencia. Pero en un mundo como el actual donde la velocidad de los cambios se ha convertido en su seña de identidad y en el factor histórico diferencial, el lastre que supone la burocracia para reaccionar ante esos cambios vertiginosos y adaptarse a circunstancias en continuo movimiento es tan pesado que simplemente está consiguiendo que asistamos impotentes al espectáculo de nuestra propia destrucción. No hay que olvidar que fue su opresiva burocracia uno de los factores determinantes de la caída de la URSS, un gigante artrítico, social y políticamente anquilosado, incapaz de moverse bajo el peso de esa burocracia excesiva.
La rigidez social, el cretinismo político, la parálisis moral, son lacras comunes a todos los países occidentales y las comparten por igual gobiernos de izquierdas y de derechas. El vendaval económico que estamos viviendo está deshojando la cebolla de nuestra sociedad y dejando al descubierto la inutilidad de muchas de sus capas y la podredumbre de otras tantas. Es un buen momento para plantearse si merece la pena seguir viviendo en un mundo mal hecho, en una sociedad que inevitablemente evoluciona hacia su autodestrucción, ahogada en el vómito de su propia inmundicia, o tal vez sería mejor idea, como diría el inefable Peter Sellers en su papel de míster Chance, el jardinero bobo que pudo haber sido presidente a base de decir verdades simples e irrefutables que todos creían metáforas, arrancar las raíces podridas, trillar el jardín y plantarlo de nuevo, regándolo y abonándolo con mucho cariño y mucho amor. Puede parecer una idea utópica e infantil, pero es que la utopía es la única realidad fiable, y la infancia es su reino.
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Un abrazo
Un abrazo.
Un abrazo Andreakaranca2