Mario Conde ha salido de la cárcel con ánimo emprendedor, es de suponer que el mismo que le llevó en volandas de la facultad a la presidencia de un banco, aunque supongo que moldeado por la experiencia robinsoniana de sobrevivir a un naufragio vital sin otra ayuda que su propio coraje. Ha dejado claro que es un tipo duro, además de listo y éticamente ambiguo. Ya está metido en negocios varios y al parecer prometedores que tal vez concibiera en el silencio de su celda con la paciencia del vengativo que construye con parsimonia el instrumento de su venganza. Y también ha recuperado su discurso impecablemente errático de medrador sempiterno, su incontinencia mediática, su visible vocación mesiánica.
Desbaratado su sueño berlusconiano de fusión de poderes con él al mando, busca regresar a Itaca con renovadas fuerzas pero cubierto con una piel de cordero para que nadie le adivine la intención -bastante clara tras la publicación de su libro- de volver a las andadas. Quien se cree intocable no reconocerá el tacto de la mano que le agarra el pescuezo ni el del pie que le patea el culo. Los delirios de grandeza pueden ser un buen motivo -aunque malsano- para justificar una existencia y unos actos, por muy cuestionables que estos sean, pero no dejan de ser delirios. A pesar de la lucidez que aparente quien los padece, algún día la verdad se le revelará en su desnudez inapelable, que suele ser el día en que ya no hay remedio y uno siente con impotencia el peso excesivo de su estupidez.
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Un abrazo