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El mensajero


Por favor, Irene, no lo hagas. Te lo suplico, no te vayas, no tienes por qué asustarte. No he venido a lo que piensas, no soy ningún monstruo; sólo soy un pobre diablo que no le haría daño a una mosca; vengo a darte un mensaje. Por favor, siéntate y tranquilízate, tengo que hablarte sobre un asunto de extrema importancia. Se trata de tu madre, traigo un mensaje suyo para ti. Si me concedes unos minutos te prometo que luego me marcharé y no volveré a molestarte. ¿Estás mejor? ¿Quieres que vaya a por un vaso de agua? ¿No? Como quieras. Gracias por tu comprensión, ¿cómo? ¡Claro que sí! Faltaría más, ten el número de emergencias marcado en el móvil, pero te juro que no vas a necesitar hacer esa llamada, no soy peligroso, ya te he dicho que sólo soy un pobre diablo, un recadero provisional. Te cuento. Hace unos días conocí a tu madre por casualidad. Nos vimos en el bar del hotel y enseguida simpatizamos, sin malicia, sin intereses ocultos, simple amistad a primera vista, suena raro, ¿verdad?, en este mundo tan hosco donde las personas se aíslan unas de otras y cualquier intento de abordaje es una invasión en potencia, una invasión no ya de la intimidad sino de la misma personalidad, es como si temiésemos ser ocupados por un enemigo perpetuo y múltiple que siempre nos tiene rodeados, asediados, esperando su oportunidad para invadirnos y aniquilarnos. Pero en ocasiones, cada vez menos frecuentes, ocurren lo que ya podemos ir denominando milagros sin temor a exagerar, y de este modo dos personas totalmente desconocidas se atraen porque sí, se caen bien, y establecen unos lazos de comunicación entre ellos. Hablan, se cuentan cosas, ríen, se hacen amigos; y todo en el transcurso de una tarde. Parece increíble, pero a veces sucede. Pues eso fue lo que nos pasó a tu madre y a mí. Hablamos y hablamos durante toda una tarde en aquel bar de hotel. Me contó muchas cosas sobre ella, y también sobre ti. Me habló, permíteme que vaya al grano, de la muerte de tu padre hace dos años y el alivio que aquella muerte trajo a vuestras vidas. Fue un maltratador, me lo contó. Pero no llores, chiquilla, ni pongas esa cara de furia, mira que el rencor no es sano, y lo pasado, pasado está. Sí, sé lo que te hizo, también me lo contó tu madre, llorando la pobre como una magdalena. Te afectó mucho, ¿verdad? Te cambió. Mató tu dulzura, te robó la alegría de la juventud, te agrió el carácter y te arruinó la vida. Pero todo se supera, Irene, todo se supera, el tiempo, Irene, el tiempo es el bálsamo mágico, el tiempo trae el olvido y el olvido la paz, no lo olvides. Debo confesarte que también me contó tu conducta desde la muerte de tu padre, tu rabia contenida durante años que reventó como una bolsa de pus, y salpicó a tu madre, que tanto había sufrido en su vida, que creía que ya todo había terminado, que podría disfrutar de una vejez tranquila. Y descubrió con horror que habías heredado la crueldad de tu padre, Irene, que no sólo era rencor lo que había tras tu comportamiento con ella, sino también placer, un placer insano y desalmado. Sé que la encerrabas en su habitación durante días sin más alimento que una jarra de agua, que la atabas a la cama y apagabas cigarrillos sobre su vieja piel, que le envolvías la cabeza con bolsas de plástico hasta casi la asfixia. No hace falta que siga, ¿verdad? Seguro que te acuerdas de todo. Por eso huyó hace dos meses, un día que se te olvidó cerrar con llave la puerta de su dormitorio, por eso se fue a casa de su hermana, que la acogió y a la que no quiso contarle nada sobre ti, tanto te quería, Irene, el amor, el amor es el único remedio contra el rencor, no el tiempo, te mentí antes, querida Irene. No te molestes en hacer la llamada, hija, tu móvil tiene la batería agotada, sí, ya sé que lo tienes enchufado a la corriente, pero aún así la batería está descargada. No te asombres, es un truquito sin importancia. En fin, para ir acabando te diré que tu pobre madre sufrió un ataque al corazón aquella misma tarde. Supo que se moría y yo la animé a que no dejara este mundo sin aliviar su corazón, yo podía decirte lo que ella realmente deseara que supieses, yo podía ser su mensajero póstumo. La convencí. Entre estertores me dio un mensaje para ti. Un mensaje que yo te traigo en su nombre. Me dijo: “Que el diablo se la lleve”. Ese es el mensaje. No pareces muy impresionada. Será porque no te lo he contado todo, como tampoco se lo conté todo a tu madre. Te dije antes que sólo soy un pobre diablo, y es cierto, pero diablo al fin y al cabo. Allí abajo me llaman Asasel y me tienen en buena estima, pero tendrás tiempo de saber muchas cosas sobre mí, Irene, tendrás toda la eternidad. ¿Nos vamos?

Comentarios

pepa mas gisbert ha dicho que…
Un relato lleno de sorpresas muy bien llevadas y traidas.

Saludos

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