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Un ligue


La vi en el bar de la facultad, leyendo un libro acodada en la barra, en una postura de marioneta desmadejada que tenía que ser forzosamente incómoda. No era ni bonita ni fea, era diferente. Su vestimenta astrosa y provocativa y sus esporádicos ademanes despectivos y enojados –supongo que con el libro o con su autor- rebelaban una actitud de desafío ante la vida, de reto permanente, de autosuficiente independencia, una de esas anti-todo de las que tan pocas quedan en estos tiempos de conformismo consumista y de nihilismo de marca. Tal vez por eso estaba sola, esa clase de mujeres espantan de antemano a los ligones de barra, y a cualquier tipo de ligones, porque el ligón basa su comportamiento en la seguridad de una rápida conquista de la víctima, que rendida por sus encantos quedará sometida a su capricho lascivo y dominante. Pero en el caso de ella se veía pronto que no caería rendida ante nada y ante nadie, y por supuesto no se dejaría dominar. No me considero un ligón, no al menos en el modo que he descrito, pero aquella chica me había tocado la moral y la convertí en mi objetivo, sería mi próximo polvo, decadente y ácrata. Siempre me han gustado los retos, y cuanto más difíciles, mejor. Me senté cerca de ella, a una distancia calculada que permitía que mantuviésemos una conversación sin invadir su espacio de intimidad. Sobre la marcha decidí mi estrategia, opté por ser franco, desconcertantemente franco, seguro que a eso no estaba ella acostumbrada, así que tras pedir un café y sin mirarla directamente le dije:

-Soy un mentiroso, siempre engaño a mis novias.

Ella levantó la vista del libro y preguntó sin parpadear:

-¿A todas al mismo tiempo?

-No, no, qué va; sólo he tenido una; bueno, una detrás de otra para ser exacto- aquello se complicaba.

-Un monógamo sucesivo, entonces. Típico de una personalidad inmadura y dependiente.

Ya me había cazado con un directo; mi seguridad se resintió. A ver qué se me ocurría para salir airoso del trance. Comencé por darle un sorbo al café para ganar tiempo. Me quemé y no pude disimularlo. Ella se rió.

-¿Siempre tratas de ligar autolesionándote? Confieso que desconocía la táctica.

-Ha sido un accidente- repliqué.

-Eso se lo dirás a todas.

Aquella frase tópica me molestó, se estaba cachondeando de mí.

-Sí, a todas; después les echo un polvo y quedan encantadas- toma gancho de izquierda, sabiondilla.

-¿En mi casa o en la tuya?-dijo.

-¿Cómo?-esta vez derramé el contenido de la taza sobre mi entrepierna. Tampoco logré disimular.

-¡Hosssstia puta!- se me escapó.

-¿Esa es tu idea del precalentamiento? Pues vamos aviados- su encantadora sonrisa se me estaba atravesando.

-Disculpa, tengo que ir a cambiarme- y señalé la enorme mancha de café para justificarme.

-Vale, te acompaño- metió el libro en su bolso y se puso de pie. Me sacaba tres o cuatro centímetros.

-Verás, yo…- no sabía qué decir para librarme de ella.

-¿Vives con tus papis?- la retranca me hirió.

-Vivo con quien me sale de los cojones- a ver con quién se creía que estaba hablando aquella lista.

-O sea, que vives con tus padres. Me parece bien, encaja con tu carácter infantil y necesitado de apoyo- se colgó de mi brazo y me empujó hacia la salida-. Yo seré tu báculo, no te preocupes, con mi ayuda te convertirás en el hombre que se esconde bajo esa capa de inmadurez ¿Tuviste algún trauma cuando eras niño? ¿Te toqueteaba tu madre, o tu padre, o un vecino? Estudio psicología, ¿sabes?, aunque mi verdadera vocación es ser una buena esposa y una excelente madre. Bueno, ya tendremos tiempo de hablar de eso; ahora vamos a tu casa, me sé una receta para cocinar la tarta de limón que le encantará a tu mamá. La semana próxima empiezo un cursillo de corte y confección por Internet, podría hacerlo en tu casa, ¿te parece? Por cierto, ahora que ya somos novios puedo decírtelo: soy virgen, me he guardado para el único hombre de mi vida, para mi príncipe azul, para ti…- apoyó su cabeza greñuda sobre la mía, olía a estiércol mojado.

Sus palabras me envolvieron como los anillos de una pitón, aplastándome, ahogándome. No conseguí que las protestas salieran de mi boca, me sentía paralizado, hipnotizado, drogado, secuestrado, atrapado y horrorizado. Sólo conseguía ver mi futuro, mi negro y agrio futuro. Mi cara, reflejada en un escaparate, tenía un color azulado. ¿Sería a causa de las ganas de vomitar o por mi recién estrenada condición principesca?

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