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Mostrando entradas de diciembre 19, 2008

Una gitana en Wall Street

Todavía recuerdo, después de tantos años, el día aciago en que aquella gitana me maldijo. Paseaba yo camino de mis oficinas, en el corazón de Wall Street, cuando aquella mujer harapienta me pidió limosna. Se la negué, con un gesto desabrido, y quise rodearla para seguir mi camino, porque me estaba cortando el paso. Pero ella me agarró con fuerza del brazo y me arrojó a la cara su maldición, o su vaticinio o deseo perverso: “Verás con tus propios ojos cómo tus riquezas se multiplican, pero tus descendientes serán castigados por tu falta de caridad”. Esto fue en 1845, tenía yo cincuenta y cuatro años, mujer y tres hijos varones y era el hombre más rico de Nueva York. Cuando, años más tarde,  supe que me faltaba poco para morir, hice llamar a mis hijos, todos casados y con descendencia, junto a mi lecho y les conté la maldición de la gitana, que había recordado cada día de mi vida, cada vez con mayor obsesión. Los tres trabajaban en mi grupo de empresas con destreza y buen sentido, cuali