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Mostrando entradas de abril 19, 2008

Miedo a volar

Al subir al avión tuve un presentimiento. Como no soy supersticioso me dije que era más bien un efecto secundario del ansiolítico que había ingerido minutos antes y un poco a hurtadillas porque me da vergüenza reconocer que tengo miedo a volar. Tras comprobar que mi único acompañante en la sala vip era un señor invidente, saqué del bolsillo de la chaqueta el frasco con las píldoras que un amigo psiquiatra me había recetado y engullí dos –el doble de la dosis estipulada, pero por si acaso- con un trago de whisky. El ciego seguía con la mirada perdida –es un decir- y no se percató de la maniobra. A los cincuenta minutos de vuelo, más o menos, empezaron las turbulencias. Las azafatas se apresuraron a calmar nuestro nerviosismo con las frases de tranquilidad que les habían enseñado cuando estudiaban para azafatas. Cuando la cosa empeoró se escuchó la voz del comandante infundiendo ánimos con el argumento absurdo de que la situación estaba controlada. Los bamboleos trepidantes del avión

Preguntar

Me hizo gracia -ya que por naturaleza soy incrédulo- una conversación leída en alguna parte o quizá escuchada en alguna película, no recuerdo bien. Alguien -ingenuo, desinformado o idiota- preguntaba "¿y quién es Dios?"; su interlocutor, tras reflexionar con gesto sesudo un instante le preguntó al desinformado: "¿alguna vez has deseado fervientemente algo y has suplicado para tus adentros que por favor sucediese ese algo?", "si", respondió el ingenuo; "pues el que te ignoraba era Dios". Conversación ilustrativa sobre la impertinencia de hacer preguntas incontestables que sólo arrojan información sobre la calidad intelectual o la pobreza informativa del que formula la pregunta.