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Mostrando entradas de agosto, 2008

No soneto: "sonetone"

La pena honda se aferra a mi costado Y de él liba mi entraña, perforada Por adiestrada bala, almibarada Para extinguir un fuego ya anunciado. ¿Anunciado por quién? (No miro a nadie) Y avivado por aliento de otra vida Tal vez tu espíritu, aún con vida No descansa por culpa de un desaire. ¿Son tus pistolas bastante?, me pregunto ¿para dar fin a esa ira infinita? ¿O acaso desvarío hacia otro asunto? Me mataste de pie, ¡que ira tan profunda! Tu cara reflejando un cielo huido,  ¡Permita Dios que el Cielo te confunda!

Un amigo

Me lo contó un amigo. Me limito a publicarlo. Mi amigo, al parecer, había tenido sus más y sus menos con el alcohol. Me refiero al whisky, al gin tonic y todo eso. Se excedió en su consumo por un tiempo y llegó a convertirse en alcohólico, moderadamente, digamos, si eso es posible, pero alcohólico al fin y al cabo. Una semana de planeada excursión familiar a una isla idílica mi amigo se dejó llevar por su vicio y por unas terribles ganas de dar por culo, para que sus hermanos no volviesen a invitarlo a eventos peregrinos y sin sentido para él. Se pasó varios pueblos. No controló. Sus hermanos pensaron con horror que mi amigo era presa de una enorme, inabordable dependencia que sólo con la ayuda de expertísimos profesionales y tras una larga terapia podía ser afrontada. Él no podía, de ninguna manera salir del hoyo por sí mismo. Sus hermanos supuraban miedo. Mi amigo, ante tan inesperado planteamiento de una realidad inexacta–por falsa-, contemporizó (a veces, por no querer herir, aca

Salomé

Salomé entró en la sala llevando una bandeja sostenida con la palma de la mano izquierda. En ella reposaba la cabeza del bautista, con los ojos abiertos, incrédulos, y la lengua por fuera de los labios, como lamiéndose la barba. Salomé avanzó hacia Herodes con la cabeza humillada y mirando al suelo. Al llegar frente a él, alzó los ojos y le miró.  -Esta es la cabeza que te pedí como deseo. Ya estoy satisfecha. Y también mi madre Herodías. Te doy las gracias con humildad, mi señor, y te pido permiso para colgar esta cabeza a las puertas de la ciudad. Para que los seguidores del bautista conozcan el destino de los que se creen elegidos. Mi madre y yo te lo agradeceremos por siempre. -¿Y tú, Salomé, qué sientes? -Eterna gratitud hacia vos, señor. -Digo en el fondo de tu alma. -Melancolía.

Desigualdad

Cuando se llega   a ser el jefe de estado de un país en vías de desarrollo es fácil caer en la tentación del absolutismo. En un mundo donde los países ricos muestran a los pobres el escaparate de la ilusión, más apetecible cuanto más tiempo pasa, es difícil contener, no ya la envidia, sino la urgencia de posesión inmediata de los más necesitados bienes, incluso de los más bonitos, porque todo ser humano posee un matiz hedonista. Los seres humanos tienen en común los mismos anhelos y necesidades, sea cual fuere su condición social, y a ellos aspiran. Es inútil levantar diques para contener la riada de angustia que lleva a los más atrevidos entre los necesitados a la pretensión de una vida mejor; o a la muerte. No tiene sentido infravalorar la avalancha de inmigrantes que necesitan auxilio inmediato, relegarla a la anécdota sociológica. Vivimos en un mundo desigual pero que ahora, más que nunca, es consciente de ello. Y los infortunados y víctimas del sistema quieren soluciones inmedia

Cuánta puta y yo qué viejo

Como soy varios Bvalltus al mismo tiempo (el que creo que soy, el que finjo que soy, el que los demás piensan que soy y el que en realidad soy) hay días en que ya no sé quién soy. Mi memoria portentosa me está empezando a abandonar, debido sin duda al hecho de que se siente explotada por mí: no sólo le pido que tenga disponibles, en los momentos más intempestivos, recuerdos archivados hace varios siglos, sino que le exijo además que almacene cada minuto de cada nuevo día, porque le tengo miedo a la demencia senil y porque estoy convencido de que el día menos pensado mis varios yoes acabarán provocando conflictos que sólo se resolverán si existe un testimonio fidedigno de lo que de verdad ha ocurrido en cada momento. Por eso los recuerdos son tan importantes. Nos mantienen anclados a la realidad, nos proporcionan un hilo temporal al que aferrarnos, y dan fe de que se puede ser gilipollas infinitas veces sin que eso afecte a nuestro sueño. Y también sirven, cuando se alcanza la senilid

Rimas inconexas

Cuando te miro mi pena huye Cuando te miro Cuando te oigo mi sangre mengua Cuando te oigo Cuando te siento mi alma se nubla Cuando te siento Y esta pena que me deja Y esta sangre que se encoge Y este alma evanescente Me dejan por tus suspiros Encogen por tu presencia Se nublan por tu portento Y así, cual exorcizado, Quedo exhausto y sin aliento Cuando tropiezo contigo, Y si te miro, o si te oigo, o si te siento.     Me miraste y ya fui tuyo, desde el principio Cuando mis ojos apenas Sostuvieron el equilibrio ante los tuyos Cuando mis labios no supieron abrirse Amordazados por tu imperiosa presencia Y mis venas detuvieron el flujo de mi sangre Por no turbar el latido de tu silencio Así empecé yo a quererte y tu a ignorarme Con mi cuerpo extraviado en sus urgencias Y hoy recuerdo aquellos días Embelesado: me pregunto si exististe alguna vez Fuera de mi corazón que convalece En esta prisión de amor, donde me muero.

Una ruptura

- ¿Estás seguro de que así estaremos siempre juntos?- preguntó ella. -Toda la eternidad, cariño- contestó él. -¿Cómo puedes estar seguro? -Lo sé, lo siento dentro de mí. -¿No tienes ninguna duda? -No, mi amor, estoy convencido. -Pero esto es un pecado- dijo ella mirando el vacío que se abría ante sus pies. -No si amas de verdad, Dios perdona a los enamorados. Ella miró de nuevo aquel vacío; muy al fondo, veinte pisos más abajo, los coches parecían hormiguitas atareadas. Perdió el sentido del tiempo y del espacio, el vértigo desapareció. -Saltemos entonces, amor mío- dijo ella. -Saltemos, mi vida- dijo él. Entrelazaron sus manos. Con una última sonrisa, se dijeron hasta pronto. Ella saltó. Mientras veía cómo su cuello giraba en el vacío en una última y grotesca pirueta y sus ojos le miraban con un terror abismal, él no pudo contener una sonrisa al pensar que de todas sus rupturas con chicas, aquella había sido, con diferencia, la más aplastante de todas.

Carnaval

En un pintoresco y famoso barrio de la ciudad donde paso unas semanas hoy es día de carnaval. Un río de gente, mayormente de color, inunda las calles, y voluptuosos contoneos de carnes oscuras y redondas ponen a prueba mi capacidad de disimulo. Tras unos interminables minutos siendo arrastrado por una apretada masa de ritmo y sudor, consigo salir huyendo por una callejuela lateral para continuar mi vagabundeo indolente y tranquilo, contemplando escaparates y edificios, parques y estatuas, oliendo el aroma particular que cada ciudad emana y que sólo el forastero percibe. Para ser una ciudad maltratada por la ira de la historia, superviviente de incendios y bombardeos, trasluce una cálida serenidad que, como si de un enorme monasterio se tratase, adormece el alma del viajero, la masajea con expertas manos invisibles y la cubre de suaves aceites con efectos sedantes. Uno regresa al hotel reconfortado y agradecido. Y bien lubricado.

Bondad y maldad

Cuando una nave espacial me dejó en este planeta hace muchísimos años yo era un recién nacido. Por suerte, me encontraron y fui adoptado por una familia de talante liberal que me inculcó los principios del respeto, el control de las emociones y la tolerancia para con mis conciudadanos. Durante décadas, estos principios guiaron mi camino en la vida. Nadie pudo nunca hacerme reproche alguno acerca de mi comportamiento o mis fundamentos éticos. Soy un extraterrestre, eso no puedo negarlo, pero a pesar de mi naturaleza –o tal vez gracias a ella- he alcanzado una condición moral que la mayoría de los terrestres ni siquiera sospecha que pueda conseguirse. Y ese grado de excelencia, aunque esté mal que yo lo diga, es la consecuencia de un minucioso y continuado esfuerzo de superación. Puede decirse que he moldeado mi espíritu con mis propias manos. Soy como he elegido ser y aunque el resultado no carezca de defectos –que soy el primero en reconocer-, el mero intento de ser una persona mejor

El viajero

Nunca está uno tan radicalmente solo como cuando viaja en soledad.   En territorio desconocido, desaparece esa seguridad artificial que proporcionan las referencias de lo cotidiano, de lo familiar, y se es más que nunca uno mismo, sin posibilidad de máscaras ni de disfraces, desnudo y desvalido ante una realidad distinta que, como un espejo, refleja la auténtica imagen de lo que uno es. Fuera de nuestro territorio, de nuestra zona de confianza, las amenazas se multiplican y nuestras alarmas se disparan al menor indicio de peligro. Sin proponérselo, aun sin desearlo, se está más alerta, menos relajado, a merced de la desconfianza y el recelo. Vive uno, por un tiempo, entre otra gente de costumbres distintas, en otra cultura con diferentes matices que la propia, en otro mundo al que no hay tiempo para adaptarse, ni siquiera para conocer debidamente. Es el destino del viajero nómada, migratorio: rozar apenas el envoltorio de nuevos mundos sin penetrar en ellos. Forastero en todas partes

Soneto arcaico

D e tu infierno cruel las llamas tristes No queman ya mi alma encallecida Pura costra dura, inmune a la encendida Hoguera que por mí sólo prendiste. Olvida tu odio ya, fiera enemiga (Que tiempo ha mi sonriente amiga fuiste) Pues con ganancias tu misión cumpliste Ajando mi alma ingenua de por vida. Cumpliste tu misión, Circe exquisita: Palpita hoy mi pecho malherido Y rebosa de él pena infinita. Sin juicio previo me diste tu castigo Y no hay lugar donde aliviar mi cuita, Pues vaya donde vaya, voy conmigo.

Viena

Siempre he preferido la balsámica soledad y el olor añejo de las antiguas iglesias al bullicio de las aglomeraciones. Me gusta la paz de las soledades, el misterio del recogimiento, la penumbra eterna de los rincones donde nunca habitó el sol, el olor místico del moho de los siglos, los muros y las columnas pensados para el recogimiento del alma, el frescor agradable de los claustros. En los monasterios y en los conventos, con un poco de suerte, uno atisba fugazmente las respuestas a las grandes preguntas, las intuye sin aprehenderlas, como estrellas fugaces en una noche sin luna. Por eso, cuando visito ciudades grandiosas de glorioso pasado, lo primero que hago es visitar sus templos y sus santuarios: mezquitas, pagodas, iglesias, tanto da. Así lo hice en Viena. Ciudad monumental que fue eje de toda una cultura, Viena ofrece al viajero una hospitalidad cosmopolita que forma parte de su herencia milenaria. Herencia de otros tiempos en los que ser vienés significaba ser moderno, cul

Pues eso

Si la vida es una continua elección, un escoger a cada instante una opción y desechar las restantes, también es entonces una continua renuncia. Si cada persona es la suma de sus elecciones también es la suma de todas sus renuncias y llega un momento en la vida de cada uno en que inevitablemente se pregunta: “¿a cuánto he renunciado por ser lo que soy? ¿Qué me he perdido? ¿Han sido mis elecciones acertadas? Y, si lo han sido, ¿por qué no soy feliz?” Ser buena persona no conduce necesariamente a la felicidad, si acaso a la tranquilidad de espíritu, pero tampoco eso está garantizado. Ser buena persona, para el universo, tiene tan poca importancia como ser mala persona; y para la humanidad, desgraciadamente, también. Cada hombre es muchos hombres, no sólo por la variabilidad que significa el paso de los años, sino también en cada instante. Yo ahora soy la persona que ha decidido escribir estas líneas, pero podría ser la persona que decidió comerse un helado o la que escogió darle una p

El verano

El verano madura y se deshace en calor y en playa y en rayos de luna que hienden el mar. Las noches se adornan con el rutilante deambular de los veraneantes insomnes, infatigables en sus ansias de ocio, que ahogan la evidencia de su inevitable regreso a lo cotidiano buscando maneras distintas de disfrutar, para acabar, como cada verano, aburriéndose con los mismos esparcimientos repetidos y cansinos, tan rutinarios como la misma vuelta a la rutina. Ocio y trabajo, amistad y amor, estancias del alma mal amuebladas, incompletas, vacías, o peor, decoradas con mal gusto, el mal gusto de los que no saben llenar su tiempo, de los que se dejan llevar por el viento de la vida como cometas a la deriva. Ocio y amor, trabajo y amistad, ilusiones, desengaños, esperanzas, olvidos, mareas que suben y bajan, reflujos, odios y celos, desencuentros, despedidas, la vida que se va, que no sabe esperar, que hay que saber atrapar, que atreverse a atrapar, aferrarse a ella o morir, o estar ya muerto y no

Salzburgo

Salzburgo transpira historia y transmite fantasía. La ciudad vieja, presidida por la catedral y custodiada por una elevada fortaleza, está tapizada de arte, cuajada de iglesias donde se entreveran diferentes estilos arquitectónicos, moteada por el colorido variado de sus hermosos castillos medievales. En Salzburgo, hasta Zara se engalana con atavíos bizantinos. Uno quiere perderse para siempre en las calles de esta histórica ciudad, no encontrar jamás la salida de su laberinto de calles empedradas y empinadas, eternizarse en sus rincones de misterio y sueño. Aquí parió Mozart su mejor arte y uno se convence de que en ningún otro lugar pudo haberlo hecho con tanto acierto; la ciudad tuvo, sin duda, mucho que ver en el feliz parto; hizo de sabia comadrona, contribuyendo con su vetusta sabiduría y su maternal arrobo al milagro del alumbramiento de la genialidad hecha música. Casi sin advertirlo, uno deja en Salzburgo parte de su alma; y reanuda el viaje con melancolía, ya para siempre

Innsbruck

A Innsbruck, bonita ciudad tirolesa famosa por sus nevadas montañas y sus pistas de esquí, el tórrido sol agosteño le sienta como a un santo dos pistolas. Nunca creí que pudiese hacer tanto calor en una ciudad alpina. Entre la abundante cena de la noche anterior, el tormento calórico del soleado día y los dos cafés que tomo para espabilarme –en Austria hacen un café riquísimo-, me agarro unas cagaleras que me obligan a correr cada media hora hacia el bar más cercano para aliviarme. Entre carrera y carrera voy descubriendo la ciudad, sus estrechas calles llenas de tiendas con souvenirs, sus puestos de comida para llevar, sus restaurantes de platos típicos servidos por camareros vestidos con trajes tiroleses. Todo teñido con esa pátina de falsedad que recubre las ciudades turísticas fuera de temporada, piensa uno si se deja llevar por la primera impresión. Obligada a forzar hasta el límite sus propios tópicos para seguir atrayendo turistas y subsistir hasta el próximo invierno, a In

Graz

Paseo por la bonita ciudad de Graz, en Austria. No llevo mapa, pero adivino que estoy en el centro porque veo una tienda de Zara. Es la Innerstadt, el centro histórico, con su iglesia -tal vez catedral, no pregunto-, su ayuntamiento y su museo. Pequeñas calles como venas zigzagueantes trazan un bonito laberinto por donde transitamos los turistas sin perdernos, porque todos los caminos conducen a Zara. Hace un tiempo húmedo e inestable, caen gotas espaciadas sobre los puestos de comida de la plaza. Siento hambre y me acerco a uno a comprar unas manzanas. Me atiende una hermosa muchacha que sonríe con una sonrisa que ilumina la tarde. ¿Diecisiete? ¿Veintiuno? Es difícil precisar la edad de las personas que viven etapas de la vida muy alejadas de la nuestra. Quiero pensar que la pícara sonrisa que me ofrece junto al cambio no es sólo de cortesía. Pero, en fin, como si lo fuera. Recorro comiendo una manzana estrechas calles con olor a sombra, intento perderme en ellas, detener por unos min

La proposición

Alguna vez he fantaseado, e incluso soñado, con que Satanás se me aparece y me pregunta qué precio estaría dispuesto a pagar por conseguir la vida eterna. Otras veces es más concreto y me hace escoger una de entre varias posesiones mías de inestimable valor personal (mi alma, mis sentimientos, etc.) para ofrecerle a cambio de la inmortalidad. Siempre dudo, no confío del todo en él, en parte porque desde chico me enseñaron a desconfiar del Diablo y en parte porque sus planteamientos me parecen capciosos, y temo que, diga lo que diga, acabaré arrepintiéndome durante toda la eternidad. ¿Por qué habría de ser así?, me pregunto; puede que el trato no tenga truco y gane una vida interminable, ¿no es eso lo que sueña la mayoría de la gente? Tras pensarlo unos momentos decido que no, que la mayoría de la gente no sé, pero que por lo que me atañe, una vida sin fin soportándome a mí mismo sería un infierno -ya esta se me está haciendo eterna...-, y como sé que tengo uno garantizado, sería un mal