Troya es tomada por un caballo de madera; arde Roma mientras Nerón entona dulces cánticos y arranca arpegios a su cítara; El Vesubio petrifica para la posteridad a Pompeya y a los pompeyanos; Medina se rinde a los predicados de Mahoma, a quien los mecanos no quisieron escuchar; Alejandría, tuerta de su faro, apenas ve cómo se incendia su biblioteca; Belén añora otros tiempos en que reyes visitaban pesebres; Granada no consigue olvidar al último rey moro; Auschwitz y Treblinka se avergüenzan de seguir existiendo, pero no recuerdan el motivo; Hiroshima, por donde penetró la bala que casi asesina al mundo, es una fea cicatriz en la memoria. “Vivir es construir futuros recuerdos”, Sábato dixit. Recuerdos como llagas que laceran el presente. Pero sólo para algunos; y sólo en algunos lugares. Vivir es no conseguir olvidar; y esperar, mustio, la muerte.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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