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Mostrando entradas de julio, 2008

Eufemismos

Como consecuencia del arraigo y expansión de lo denominado ‘políticamente correcto’ (PC) a partir de los años ochenta se ha creado un culto al eufemismo como recurso de la clase política para encubrir con un lenguaje más educado realidades sociales aún no resueltas. Así, de las políticamente correctas sustituciones de las expresiones ‘negro’, minusválido’ o ‘ciego’ por las –en teoría- menos hirientes, ‘persona de color’, ‘persona discapacitada’ e ‘invidente’, respectivamente, se ha ido progresando en la eufemización de la realidad hasta pergeñar expresiones como ‘desempleado de larga duración’ por ‘parado’, ‘crecimiento cero’ por ‘no se ha crecido’ y, para mi gusto la reina del baile: ‘crecimiento negativo’ por ‘decrecimiento’ o ‘mengua’. (Cabría apostillar aquí el muy engañoso uso de las cifras porcentuales de crecimiento económico entre, por ejemplo, España y Alemania,    acentuándose el éxito del de la primera comparado con el de la segunda, sin aclarar la enorme diferencia que, e

Amnesia

“No debes torturarte de ese modo, Aníbal,” repetía el doctor, “es un proceso lento y no siempre hay garantías de una completa recuperación. Tienes que asumir que puede que haya partes de tu pasado, de tu vida anterior al accidente, que tal vez nunca vuelvan a tu memoria. El olvido no tiene por qué ser trágico. Nuestra mente, en ocasiones, se niega a recordar sucesos traumáticos del pasado que sólo nos pueden causar dolor. Confía en ti mismo y date tiempo, verás como con el tiempo recuperas tu vida.” Recuperar su vida. Al principio de regresar a casa tras largos meses internado, le parecía imposible que hubiese tenido una vida. No recordaba, tenía amnesia por culpa del naufragio, aquel pavoroso naufragio que le había trastornado la mente; y había tenido suerte, según los médicos, se había salvado de milagro, fue el único superviviente. Pero ya estaba en casa y aquella mujer que le llamaba ‘querido’ y aquellos gemelos que le llamaban ‘papi’ eran unos desconocidos para él. Cada día si

El amante adecuado

Adolfo se pasa todo el curso académico esperando que lleguen las vacaciones. Siempre ha sido así. En el colegio, de pequeño, contaba con impaciencia los días que faltaban para que concluyese el curso y poder irse con sus padres a la playa y tirarse al agua, en la que podía quedarse todo el día si le hubiesen dejado, pero su madre estaba muy pendiente de que no se excediera en sus chapuzones debido a un problema de asma que Adolfo arrastraba desde que nació. En la universidad, donde cursa cuarto de veterinaria, cuenta con impaciencia los días que faltan para que termine el curso y poder irse con sus amigos a la playa y tirarse todo lo que se ponga por delante; podría pasarse así todo el verano, follando, si aguantase, ya que el problema de la seducción previa se lo había resuelto la naturaleza dotándole de una fisonomía de estatua griega y de una labia hechicera. Explotaba con provecho ambos atributos. El segundo día de descanso vacacional en un pueblo costero con abundante oferta par

Calenturas de verano

El verano es para cometer locuras sexuales, pensó Daniel con regocijo mientras se registraba en aquel hotel de la costa del sol junto a su padre, que lo había invitado a pasar una semana juntos –pero con libertad absoluta, tú te ligas las que quieras y, si me avisas, te dejo la habitación el tiempo que te haga falta- para compensarle por el mal trago que para Daniel había supuesto el reciente divorcio de sus padres. Daniel se desprendió del albornoz y se dirigió a la ducha de la piscina luciendo su cuerpo apolíneo, cincelado en arduas horas de gimnasio. Su rostro, formado con suaves líneas de dios griego, y el porte de solemne gravedad que componía cuando la ocasión lo requería, le habían cosechado abundantes frutos entre las damas de todas las edades, porque Daniel sabía ser pródigo y jamás negaba sus encantos a señoras que le doblaban la edad, de las que tanto conocimiento y placer había obtenido en la cama, para después impresionar a inexpertas jovencitas que lo tenían por un ve

Ruptura con agravante

Abilio y Marina llevaban tres meses saliendo. Eran adolescentes y apasionados, les gustaba la vida burguesa que sus padres les habían regalado, miraban el futuro con optimismo, no permitían que los contratiempos cotidianos nublaran su felicidad. Tenían, como no se cansaban de repetirles sus profesores y sus padres, toda la vida por delante. Una tarde, Marina le dijo a Abilio que había tenido una falta. “No debes preocuparte”, dijo él, “será la excepción que confirma la regla”. Y se rió de su frase ingeniosa. A Marina no le hizo gracia, tenían que hablar en serio de aquello, ¿y si estaba embarazada? Abilio se puso lívido, había captado de golpe la seriedad del asunto. “¿Casarnos?”, tanteó, inseguro. “No seas bobo, a nuestra edad no funcionaría. Lo mejor será un aborto, ahora es fácil, si no aquí conseguiremos dinero para ir a Londres”. “Pues a mí me haría ilusión un enano, ya somos adultos, tenemos diecisiete años y con un poco de ayuda podríamos criarlo sin agobios; yo trabajaría y

Casimiro

A Casimiro lo echó de su casa su mujer, cansada al parecer de que su marido no atendiera sus deberes conyugales, no ya con una discreta periodicidad, sino sin unos imprescindibles servicios mínimos, como en las huelgas; qué menos, pensaba ella, yo aquí, aburridita perdida todo el día, mientras él se lo pasa en grande con sus compañeros del trabajo; luego llega y que si la espalda o la cabeza o la almorrana o el estúpido del jefe; y me quedo siempre a dos velas. A mí no me tratas más como a una monja, le dijo el día que le puso la maleta a Casimiro en la puerta, ya tendrás tú algo por ahí, ya, pero a mi no me toreas tú más, ¡pichafloja! A Casimiro se le cayó el alma a los pies: estaba enamorado de su mujer, sólo que había dejado de atraerle sexualmente, ya no la deseaba más que como esposa y madre de sus hijos, pero como éstos aún no habían nacido tuvo lo que se llama un conflicto de intereses: el poco que sentía –sexualmente sólo, repito- por su señora y el desaforado por crear una

Una experiencia sexual

Era la tía más maciza del instituto. Estaba como un tren, pero no como esas mariconadas de aves de ahora, donde te puedes tomar una sopa fría de melón sin derramar una gota durante el trayecto (el de la cuchara, digo, no el del tren), sino como un tren con locomotora a vapor, de esos que asaltaban los indios y los forajidos en las pelis del Oeste y que nunca podían detener, que se mantenía inmutable sobre los raíles, con la cabellera de humo al viento y un silbato que causaba pavor entre el ganado que pastaba cerca; un pedazo de tren; un pedazo de tía. Por eso me extrañó que comenzara un día a sonreír y a lanzar miraditas traviesas cuando se cruzaba conmigo. ¡Qué raro!, pensaba yo, con lo alfeñique que soy, debe tratarse de una broma o algo. Pero no, porque un día ya no pude contenerme más e, intrépido, doblegando con mi sóla voluntad el innato miedo al ridículo y la timidez que siempre me han reprimido, me lancé como quien salta al vacío y le hice la   gran pregunta. -¿Quieres i

Día del Carmen

Con este calor no hay quien se concentrrrrrre (ha caído una gota de sudor sobre la tecla ’r’ y, al ir a limpiarla, miren el estropicio que he armado). Hoy es el día del Carmen en mi pueblo y desde las doce de la noche pasada no cesan de bramar los petardos y los cohetes de colores (¿No hay crisis, pues ¡toma fuegos artificiales! Para espantarla –sí, sí…-); mis perros no saben donde esconderse; están entrenados para repeler el mejor planeado de los asaltos, pero tírate un pedo delante suya y verás cómo corren que se las pelan. Hay, dicen, psicólogos o pedagogos para perros –sonaría mejor perrogogos-, profesionales que indagan en la mente de los canes y los liberan de sus miedos para que sirvan a sus dueños con plena capacidad, devorando cuanto a éstos amenace, sea o no comestible –para los perros lo es casi todo, como para los humanos y los cerdos-, guardando y salvaguardando la parcela, finca o latifundio donde moren sus amos en función de sus fortunas. Este día, el del Carmen, los

Cristina

Tenía trece años y estaba encerrado en un cuerpo que una enfermedad mal diagnosticaba le había deformado cruelmente. En el colegio, los otros chicos le llamaban ‘el lisiado’, y no dejaban pasar oportunidad de reírse a su costa. -Lisiado, nos falta uno para el partido, ¿quieres ser nuestro portero?. Él se retiraba al aula solitaria entre las risas de sus compañeros. Su rostro, eternamente pálido y fatigado, sólo se animaba cuando veía a Cristina. Desde que la vio quedó prendado de aquella niña de pelo color canela que desprendía un olor a amapolas recién cortadas. Se enamoró de ella como sólo los adolescentes impedidos son capaces de enamorarse: con un amor doloroso y pleno, inmarcesible, irrenunciable, agotador. La buscaba a todas horas y no se cansaba de mirarla. Todos se dieron cuenta, por supuesto, y las chanzas y puyas que le dedicaban al respecto le herían como saetas incandescentes. Pero no renunciaba a contemplar la figura distante y esquiva de Cristina; la voluble, creída

Crisis, what crisis?

Acudo a un banco que no tiene nombre para firmar el contrato de una hipoteca. Mientras espero sentado en un despacho sin paredes aparece un señor diminuto que dice ser el director y me entrega, diciendo que es el contrato en cuestión, unos folios en blanco. Le hago notar esta circunstancia y argumenta que en realidad está redactado con tinta invisible y que sólo aquellos afortunados dignos de recibir créditos de su afamada entidad financiera son capaces de leer. Firmo con una cruz aduciendo que mi limitada cultura, mi ignorancia en tales menesteres y, en definitiva, mi analfabetismo me impiden usar una firma más digna. Comprensivo, me explica que en realidad se trata de una broma y me entrega otro contrato por el que me comprometo a prestar al banco la suma de 240000 €, que me será devuelta en cómodas cuotas mensuales durante los próximos veinte años. No quiere molestarme con farragosas explicaciones, así que muy sucintamente me resume la situación: al dirigirse con el perito tasador

Kitty

A Frank se le había hecho tarde una vez más. Ya clareaba el horizonte cuando aparcó el coche delante de su casa. Al entrar miró instintivamente hacia el piso de arriba y vio un haz de luz que se filtraba por una rendija de la puerta del dormitorio. Mary estaba despierta, de nuevo esperándole. Subió y trató de parecer desenvuelto.  -Hola, cariño, ¿otra vez con insomnio?  Mary no contenstó. Estaba echada de lado en la cama, medio tapada por las sábanas y completamente inmóvil, se diría que dormía excepto por el hecho de que tenía los ojos abiertos de par en par.  -¿No tomaste la pastilla anoche?-, preguntó Frank; cambió rápidamente de tema. –Menudo trimestre llevamos, nos sale el trabajo por las orejas. ¿Cómo demonios quieren que rindamos si no tenemos tiempo ni para dormir?-.  -¿Te acordaste de la comida de Kitty?-, preguntó Mary con voz apagada.  -¡Vaya por Dios! Ya sabía que olvidaba algo. No te preocupes, en cuanto abran el super iré a por la comida, mientras puedo ponerl

Sueños

Siempre hay un grado de realidad en los sueños; en los sueños que se sueñan cuando dormimos, no en los que soñamos despiertos, porque estos carecen por completo de base real y suelen ser ilusiones irrealizables producidas por nuestra incapacidad para aceptar la realidad tal como es. La base real del sueño, distorsionada por el bromista subconsciente para que no la reconozcamos con facilidad, pertenece a la esfera de nuestra mente que se ocupa de procesar los hechos, pero que no sabe exactamente cómo hacerlo. Es como el departamento de una fábrica cuya función fuese ensamblar diversos ítems par dar forma a un producto acabado y en el que las órdenes de ensamblaje se hubieran perdido o al menos trastocado, con el consiguiente desorden en tareas y procesos y el previsible atasco si no acude alguien a remediar el entuerto. En los humanos, ese alguien, ese remedio, son los sueños. Al soñar, eliminamos piezas defectuosas del alma y lubricamos su maquinaría para que no se produzcan atascos in

Ciudades en carne viva

Troya es tomada por un caballo de madera; arde Roma mientras Nerón entona dulces cánticos y arranca arpegios a su cítara; El Vesubio petrifica para la posteridad a Pompeya y a los pompeyanos; Medina se rinde a los predicados de Mahoma, a quien los mecanos no quisieron escuchar; Alejandría, tuerta de su faro, apenas ve cómo se incendia su biblioteca; Belén añora otros tiempos en que reyes visitaban pesebres; Granada no consigue olvidar al último rey moro; Auschwitz y Treblinka se avergüenzan de seguir existiendo, pero no recuerdan el motivo; Hiroshima, por donde penetró la bala que casi asesina al mundo, es una fea cicatriz en la memoria. “Vivir es construir futuros recuerdos”, Sábato dixit. Recuerdos como llagas que laceran el presente. Pero sólo para algunos; y sólo en algunos lugares. Vivir es no conseguir olvidar; y esperar, mustio, la muerte.

Malas noticias

- Y dígame, usted, como médico con una dilatada carrera a sus espaldas, habrá tenido que dar noticias fatales a sus pacientes en numerosas ocasiones, ¿no es cierto? -En efecto, amigo mío. Muchas veces me he visto obligado a hacerlo. -¿Y llega uno a acostumbrarse? Quiero decir, si llega a convertirse en una parte más de su trabajo, en pura rutina desprovista de toda trascendencia, en un mensaje cuyo contenido no altera ya el ánimo del mensajero, de usted; o, por el contrario, cada vez es un suplicio para el médico comunicar lo que en realidad es una condena de muerte para el enfermo. -Bueno, eso varía según quién sea el mensajero. En general, no es cierto que los médicos nos volvamos insensibles a las reacciones que una noticia tan tremenda provoca en nuestros pacientes, también tenemos nuestro corazoncito, pero sí es verdad que aprendes a convivir con esta parte de tu trabajo. Es fácil, o la asumes aunque te cueste, o cambias de profesión. Pero siempre es duro. -Permítame otr

Quemaduras y otros contratiempos

Cuando los primeros calores aprietan, la gente toma por asalto las playas y se fríen como chanquetes. Acostumbrados a no tomar elementales precauciones cuando conducen o practican el sexo, se imaginan que el sol estival, mordiente y dañino en según qué latitudes, no será tan malo como lo pintan los apologetas de la salud. Lo cierto es que sí lo es, y prueba de ello son las avalanchas de quemados en diversos grados y de hipocondríacos convencidos de que padecen cáncer de piel que inundan cada verano las urgencias de los hospitales. Una vez más se demuestra que de casi nada sirven los consejos, y menos aún si se repiten hasta el cansancio, como sucede en las campañas “de sensibilización” que, en los diferentes medios de comunicación, despliegan las autoridades competentes –que demuestran, de paso, la magnitud de su incompetencia, salvo, como siempre, honrosas excepciones que nadie conoce-. La solución, si es que existe, a este y a otros problemas derivados de malos hábitos en la socieda