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Un cuento epistolar

Querida Montse:

 Ya sabes el motivo que me impulsa a emprender este viaje, así que no mencionaré más el tema para no violentarte; sólo espero que a mi vuelta el tiempo y tu acentuada capacidad de discernimiento te hayan hecho reflexionar sobre el futuro de nuestra relación -de momento, y para mi congoja, inexistente. He decidido que voy a escribir una carta al final de cada jornada en la que te relataré lo que la misma haya tenido digno de destacar, así como mis pensamientos e impresiones del día. Después te las iré enviando, o tal vez no, tal vez me las guarde y nunca sepas de ellas, como no sabes de la verdadera dimensión del amor que te profeso, ingrata musa testaruda y esquiva, lucero de mi mañana, estrella polar de mis noches insomnes, alma gemela; siento en lo más profundo de mi ser que tu corazón de pedernal tiene una coraza a prueba de halagos, pero yo descubriré un resquicio, una mínima grieta en esa armadura para filtrar por ella mi hechizo de amor, para cautivarte con artes arcanas de alquimia y brujería,  si así fuese preciso.

De momento, pues, habré de resignarme, pero me queda el consuelo de que ni siquiera tú puedes arrebatarme las fantasías que mi mente enamorada crea sobre tu persona, sobre nosotros y una futura vida juntos. A veces pienso que sin esas ilusiones mi corazón, enfermo de pena y de melancolía, no resistiría el dolor de verte cada día sabiendo que no es correspondido por el tuyo, mala amiga, castigo de mi alma. Por ello he decidido realizar este viaje que me llevará por mar desde la India a Tailandia, en un velero que atravesará el océano Índico y que para mí será como una peregrinación al final de la cual espero haber curado, al menos en parte, las profundas heridas que surcan mi corazón.

 

15 de marzo. Llego al aeropuerto de Goa, en India, tras catorce horas de vuelo desde Madrid, así que estoy bastante cansado. Hoy haré noche en la ciudad y mañana embarcaré en el DiveFly Clipper, rumbo a Puket, en Tailandia. Durante el vuelo he pensado que, en vez de una carta diaria, llevaré más bien un "cuaderno de viaje" que te entregaré cuando regrese (o tal vez no).

Tras la comida en el hotel, he salido a dar una vuelta por los alrededores. Goa es una ciudad turística en la que conviven el estilo de vida occidental, creado sin duda para agradar a los visitantes, provenientes en su gran mayoría de Europa y América, con la cultura india, sabia, honda, ascética y pobre, pero encantadora. La gente de aquí es amable y sus rostros desprenden serenidad: cuánto tenemos que aprender los países desarrollados de esta forma de vida que engreídamente tildamos de tercermundista.

16 de Marzo. Embarco temprano y ocupo mi camarote, pequeño pero bien distribuido, al que no le falta de nada, hasta un baño diminuto tiene. Tras deshacer la maleta me dispongo a un paseo de reconocimiento de la que será mi residencia durante dos semanas. Mi camarote está situado al final de la aleta de babor de la segunda cubierta, llamada cubierta "comodoro". Un estrecho pasillo de madera -aquí todo es de madera- separa las dos filas de camarotes -de babor y de estribor- y desemboca en un salón con mesas de juego y de lectura de forradas de terciopelo verde y rojo, respectivamente, y rodeada de cortinas que ocultan los ojos de buey. Más adelante, hacia proa, una escalera baja hasta la cubierta inferior, y también sube a la primera cubierta, donde están los camarotes más grandes -son como suites-, así como el comedor y las cocinas, un enorme salón de baile, un gimnasio y hasta una pequeña sala para ver películas. Arriba del todo está la cubierta principal, con sus cuatro palos más el bauprés, sus cuarenta y seis velas desplegadas al viento y sus ciento cuarenta metros de eslora, que convierten al velero en el más grande del mundo. En total, somos ciento setenta pasajeros más setenta tripulantes a bordo. Los pasajeros son en su mayoría matrimonios de mediana o avanzada edad, de procedencia europea y norteamericana, aunque también hay algunos asiáticos. Yo debo de ser el único pasajero que ocupa un camarote en solitario.

17 de Marzo. Anoche, durante la cena, conocí a algunos pasajeros. Me senté junto a un matrimonio inglés de Canterbury que siempre están riendo y no paran de prodigarse atenciones el uno al otro y de llamarse 'darling' y 'honey'. Deben de tener más de sesenta años pero parecen unos recién casados por las muestras de ternura y cariño que se prodigan. Me hicieron darme cuenta de lo solo que estoy y de lo feliz que sería si estuvieras a mi lado, adorada ingrata de mi tormento.

18, 19 y 20 de Marzo. Fuerte marejada que provoca tremendas cabezadas del barco. Apenas salgo del camarote, sólo para comer alguna cosa rápida que vomito enseguida. Paso todo el tiempo del baño a la litera y de la litera al baño.

21 de Marzo. Amanece sin viento y con un sol que levanta el ánimo; el mar en completa calma. Aprovecho para subir a la cubierta principal y disfrutar del espléndido sol y la vivificante brisa marina. Me doy un chapuzón en la piscina, situada junto al castillo de proa. Me produce una sensación extraña bañarme en agua dulce en medio de un océano de agua salada. Poco a poco los pasajeros van subiendo a la cubierta. Unos se deciden a bañarse, igual que yo, y otros optan por pasear y contemplar el mar. A las doce se abre el bufé para el almuerzo, compuesto por los más variados pescados y mariscos, excelentemente cocinados; los camareros, todos asiáticos, son atentos y serviciales. Esto es como un hotel de lujo en pleno mar. Después de comer me tumbo en una de las hamacas de la cubierta principal; pronto se me une una pareja de aspecto hindú y entablamos una conversación sobre el futuro de India en el concierto económico mundial. Aseguran que será una potencia de primera fila, junto a China; "ha llegado de nuevo la hora de oriente", dicen, "no se olvide del 'translatio imperii', conocida teoría según la cual la batuta de mando se va trasladando de oriente a occidente a lo largo de la historia, y ahora, con la previsible decadencia de los Estados Unidos, nos toca de nuevo a nosotros". Les pregunto si creen que Pakistán estará en ese selecto grupo que llevará la batuta y, tras una respuesta un tanto abrupta dan por concluida la conversación y se retiran a su camarote. Parece que habrá que tener más tacto con ciertos temas.

22 de Marzo. Desayuno junto a una pareja de alemanes que hablan un penoso inglés ametrallado, les entiendo a duras penas. Me hacen saber que él es uno de los socios fundadores de una importante empresa fabricante de aplicaciones de software empresarial, la mayor del mundo en su ramo, según él, y poseen una enorme fortuna. Como aquí no tienen cobertura los teléfonos móviles, él dispone en su camarote de un sofisticado artilugio que le permite comunicarse con sus oficinas vía satélite. La mujer me dice que no sabe para qué demonios han venido, ya que él se pasa casi todo el día despachando con la central de la empresa. Paso el resto del día bañándome y leyendo.

23 de Marzo. En la cena he coincidido (o tal vez me han buscado ellos) con los ingleses eternamente enamorados (entre los pasajeros ya empiezan a llamarles "los darling and darling"). No han parado de hablar mientras cenábamos y después han insistido en que les acompañara al piano bar para tomar una copa. Han pedido por mí y los combinados exóticos, que me he visto obligado a trasegar para no parecer descortés, me han emborrachado enseguida. En el tiovivo en que se convirtió luego mi camarote no he parado de gemir tu nombre.

24 de Marzo. Paso la mañana con resaca. Un pasajero que me vio la noche pasada me ha prevenido contra los darling and darlig, al parecer cogen una curda diaria y siempre buscan la compañía de algún despistado; a este paso nadie querrá unirse a ellos.

25 de Marzo. Ya conozco a bastantes pasajeros; tenía yo razón al suponer que no serían los típicos turistas de crucero, burgueses satisfechos y prepotentes, en su mayoría. Esta gente busca otra cosa, son más aventureros y menos acomodaticios, y de alguna manera, me siento cercano a ellos; el sólo hecho de ver a la tripulación del barco trabajar con el velamen, las escotas y los cabos, afanarse en tareas que en un barco de motor serían realizadas de manera electrónica, ya produce un cierto sentimiento de aventura, un no sé qué de peripecia con sabor a hazaña y a cierto peligro, como si la conciencia de saber que  si esa tarea no fuese correctamente realizada podría traernos graves problemas nos hiciese tomar conciencia del verdadero peligro que encierra el mar. Y no puedo dejar de recordar los relatos de Stevenson y de Conrad. Disfruto cada momento a bordo, tengo tiempo de sobra para leer y, aunque me avergüence decirlo, cada día que pasa pienso menos en ti, o al menos me oprime menos el corazón cuando lo hago.

26 de Marzo. Hoy hemos avistado delfines, ha sido una experiencia sobrecogedora: qué maravilla verlos saltar ágilmente sobre la superficie del mar, nadando junto al barco, a su misma velocidad. Nos han acompañado durante un buen trecho. Los alemanes me han presentado a un matrimonio tailandés -al parecer él es medio socio del alemán, o eso he creído entender que me decía Herr Hans en su particular inglés. Viajan con una hija muy joven, de unos veinte años, que es una verdadera belleza asiática, culta y tímida, como es propio entre las jóvenes burguesas de su nación. He compartido mesa con ellos durante la comida y por la tarde he invitado a Shein (así se llama la joven) a ver una película en la pequeña sala de proyecciones; hemos disfrutado mucho con 'Mogambo', a Shein le han hecho gracia las orejas de Clark Gable y he podido comprobar que los ojos de Shein son muy parecidos a los de Ava Gardner, un poco más rasgados, pero igual de negros y bellos. Durante la cena he esquivado por los pelos a los ‘darling and darling’ y me he sentado con los alemanes confiando en que aparecerían los tailandeses, pero al parecer cenan siempre en su habitación; no les gusta trasnochar.

27 de marzo. En el desayuno he buscado a Shein y la he encontrado sentada con sus padres y con los alemanes; me he unido a ellos y he participado con entusiasmo en una conversación sobre la polarización de la pobreza en nuestro planeta y su repercusión en la caza indiscriminada de ballenas. Tras agotar mis argumentos en contra de la canalización de los subsidios de los países ricos a través de oenegés me he dado cuenta del descomunal despropósito del tema comentado. He decidido que, o bien no he comprendido de lo que realmente se estaba hablando -argumento que se sustenta en las caras de asombro del resto de los comensales, excepto de Shein, que sonreía sin parar-, o bien estaba pensado en otra cosa muy ajena a las palabras que mi boca pronunciaba. Este último argumento se basa en la imposibilidad de sacarme a Shein de la cabeza. Paso el día dando tumbos por el barco como si fuera un amnésico o un borracho. A la hora de la cena me he encontrado de repente, sin proponérmelo conscientemente, frente al camarote de Shein. He llamado y ha abierto Shein, vestida con un diminuto tanga que resaltaba cada una de sus numerosas curvas. "Te esperaba", me ha dicho, "pasa y ponte cómodo".

Espero que entiendas, querida, que dé por finalizado este cuaderno de bitácora aquí mismo. Hay situaciones en la vida de un hombre que no deben ser contadas, y menos a quien hasta hace poco se ha querido como yo te he amado a ti. Lamento comunicarte que una sola noche con Shein me ha hecho olvidar por completo lo que por ti sentía. La volubilidad de los sentimientos humanos es notable, pero sobre eso ya te escibiré otro día, posiblemente desde cualquier playa de Tailandia.

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