Según el afamado psiquiatra Víctor Frankl, el número de personas con depresión disminuye significativamente en tiempos de convulsión social extrema, como es el caso de una guerra. La angustia vital que produce no encontrar un sentido a la vida desaparece –o pasa a un segundo plano- cuando la vida misma, esa que antes de aparecer el conflicto carecía de sentido -y esa ausencia de sentido vital propiciaba la depresión-, pasa a estar en riesgo permanente de exterminio. También es curioso, y muy probablemente tenga estrecha relación con lo anterior, que se practique el sexo, desesperado y a la menor ocasión, bajo las mismas circunstancias de peligro persistente. Se folla, sin preámbulo previo de coqueteo, de ligue, con sólo una mirada de angustia entre dos personas, que saben, o suponen, que tal vez sea el último polvo. También cabe imaginar que aquí interviene un mecanismo oculto de la especie para asegurar su supervivencia: si corremos peligro de desaparecer, follemos indiscriminadamente para que la especie continúe con nuevos retoños. El caso es que los parámetros morales que gobiernan nuestras vidas en sociedad desaparecen y dejan paso al instinto más primitivo, ese que tal vez garantizó nuestra supremacía como especie a través de los milenios.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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