Los padres suelen encontrar en sus hijos el faro de sus vidas. Tal vez por eso hay tanto padre desnortado cuando, al paso del tiempo, sus retoños pierden la luz y se pasan al lado oscuro. Los hay precoces en dicho viraje de rumbo, y con sólo unos añitos se desprenden del aura de querubines y les salen cuernos y rabo, se arman con tridentes y eructan vaharadas flamígeras que huelen a azufre. Se les conoce como pequeños hijos de puta, aunque las madres no siempre participen, al menos de modo activo y consciente, en la maquiavélica conversión, y no sean por tanto merecedoras de tan zahiriente calificativo. Ocupa la habitación contigua a la mía un matrimonio con un pequeño, ya converso, que no cesa de transgredir con sus berridos el límite permitido de decibelios. Habría que multarlo, o quitarle al menos puntos, a descontar, es un poner, de los créditos de su futura carrera, o de su poco probable y también futura paz conyugal. O simplemente, habría que darle dos hostias, por bárbaro y por cabroncete; pero como sus papás, muy ocupados escudriñando el techo desde el sofá, en busca sin duda de telarañas -para tener algo de lo que quejarse a la dirección del hotel mientras su pequeño demonio corretea rebuznando y tirando cuanto encuentra a su paso- no dan síntomas de compartir las excelencias de los métodos educacionales conductivistas, cabría plantearse darle dos hostias a ellos, para ver si aprenden a enseñar, en vez de desentenderse de los desmanes del fruto de su sangre, enano hijoputa de momento, pero con una prometedora carrera de villano, delincuente y maltratador por delante. Y si no, al tiempo. Por cierto, el cabrón bajito se llama Antonio.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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Un abrazo
Susana