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Mi mariposa


Hay una mariposa díscola que revolotea dentro de mi corazón. Lo ha hecho desde que yo era un niño, así que pronto me acostumbré a su lejano sonido y a su cosquilleo y dejé de darle importancia. Una noche de invierno, estando yo en la cama tratando de convocar el inasible sueño que me es tan esquivo, oí un sonido como de aleteo en la habitación, débil pero constante, nada incómodo y hasta agradable de oír. Alargué la mano para encender la luz cuando una voz dulce me dijo:

“No lo hagas”. Me paralizó el miedo, me asusté de verdad, así que apresuré el movimiento de mi mano hacia el interruptor.

“No, por favor, no lo hagas”.

“¿El qué?” dije con voz aterrada.

“Encender la luz, no lo hagas, por favor”.

“¿Pero por qué no?” volví a decir, no tanto por seguir la conversación como para oírme a mí mismo, para salir de aquella situación delirante aferrándome, en medio de la oscuridad de mi habitación, a la realidad familiar de mi propia voz.

“Porque la luz me mataría”.

“¿Quién eres?” dije, un poco más calmado al percibir el desamparo y el miedo en los pliegues de su dulce vocecilla.

“Soy tu alma”, contestó.

“¿Mi alma, me hablas desde dentro de mí?”

“No, hombre, estoy revoloteando a tu alrededor, he salido de tu corazón, donde habito”

Noté que me costaba respirar, ¿estaría sufriendo un episodio psicosomático grave? ¿estaría en peligro -¡oh, Dios no lo permitiese- mi vida?

“Me encuentro mal”, le dije, “me cuesta respirar”.

“Es normal, es que ‘alma’ viene del griego ‘anima’, que significa ‘aliento’, que es lo que te está empezando a faltar por no estar yo dentro de ti, así que no me interrumpas, tenemos poco tiempo,  deja que te diga lo que debo decirte, que es por lo que he salido de tu cuerpo. Yo también me siento mal, fui creada para vivir dentro de ti, y en ningún otro sitio.

“¿Y qué es eso tan importante como para poner en peligro mi vida y la tuya?

Dudó, me pareció percibir un ritmo alterado en su aleteo, al fin dijo: “¿Sabes por qué moriría si encendieses la luz?”.

“No, ¿por qué?.

“Porque desde que nací contigo he vivido siempre en las tinieblas, a ellas me he acostumbrado y ahora mi delicado organismo no soportaría la herida de un rayo de luz”.

“Y eso ¿qué significa?, no entiendo”.

“He vivido en la oscuridad porque es lo que hay en tu corazón, y eso tiene que cambiar, para que tú y yo vivamos lo que nos queda de vida alumbrados por la luz del valor a disfrutar, de la dicha que el mundo nos brinda y que hay que saber apreciar. Lánzate a por la vida, hombre, no me tengas más tiempo a oscuras”.

“¿Y cómo se hace eso?”.

“Escribe cada día, mira dentro de ti, escucha mi aleteo dentro de tu corazón, y no tengas miedo a nada ni a nadie. Serás tan fuerte como te propongas, pero debes dejar de dudar ¡actúa!”.

Noté que me volvía el aliento, ya no escuché nada más. Fui a encender la luz pero me detuve en el último instante. Me arropé con las sábanas y cerré los ojos. Vi entonces una luz dichosa que me sosegó. Lo último que recuerdo antes de quedarme dormido, fue el sonido de un suave aleteo que acariciaba por dentro mi cuerpo.

 

“Los viejos gustan de dar buenos consejos para consolarse de no estar ya en condiciones de dar malos ejemplos”. La Rochefoucauld.

 

 

 

 

 

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