Siempre me ha gustado hacer ejercicio físico. Me tonifica el organismo y me produce una agradable sensación de euforia. Además, según los entendidos, va de perlas para el colesterol y la tensión arterial, disminuyendo así el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares. Pero no hay que entusiasmarse porque, sobre todo a partir de una cierta edad, el cuerpo comienza a cascarse y se vuelve más propenso a las lesiones, y éstas tardan más en remitir, lo que hace recomendable ajustar el nivel de esfuerzo a nuestra capacidad de aguante a medida que nos hacemos mayores; no hay que forzar la máquina porque se podría romper, y ya se sabe lo difícil que resulta conseguir repuestos –aunque hay quien recurre al mercado negro, asumiendo el riesgo de adquirir piezas defectuosas y no disponer de libro de reclamaciones-. Tampoco, es obvio, está en nuestra mano obtener un cuerpo nuevo en el caso de que el de fábrica deje de funcionar. Al menos todavía. Aunque los entusiasta de la metempsicosis están convencidos de que nuestra alma, única y eterna, va cambiando de cuerpo como una femme fatale cambia de amante, que se sepa, jamás se ha denunciado a un alma por abandono de cuerpo. Sí es cierto, en cambio, que existen muchas almas maltratadoras de sus cuerpos, casi siempre por evanescentes motivos relacionados con el sufrimiento: como yo sufro tú te jodes, parecen pensar y, por ejemplo, privan a sus indefensos anfitriones de comida, o le hacen ingerir toneladas de alcohol o pastillas para adormecerse ellas mismas y distanciarse transitoriamente del mundo, que les viene grande y tampoco se puede descambiar, no tiene garantía.
Sé de un hombre ya entradito en años que un buen día le dio por el footing. Se dejó asesorar por un amigo y cada mañana salía muy temprano a correr, una vez terminada la insoslayable –así se lo dijo el amigo- sesión de calentamiento. Como era un ejecutivo con una agenda muy apretada al cabo de algunas semanas y para ganar tiempo, comenzó a saltarse el calentamiento. Hasta que un día le dio un infarto y murió. Qué ironía ¿verdad?: por no calentar las piernas estiró la pata.
Estamos en período de campaña electoral y la crispación social comienza a palparse. ¿Por qué ocurre? ¿Qué motiva esa ira, contenida o no, ese desabrido comportamiento de los ciudadanos, más manifiesto cuanto más se acerca el día de las elecciones? Pues los mismos políticos, que son los primeros en crisparse y unos maestros en el arte de crispar a los votantes, con el peregrino convencimiento de que, al acabar éstos hasta los huevos de tanta diatriba y tanto resabio, acaben confundidos y opten por votar, cambiando de opinión a última hora a consecuencia de un rebote, a los que no tenían intención de votar en un principio. Un juego peligroso que puede llegar a afectar, en casos extremos, a los mismos cimientos del sistema democrático. Y que siempre deja en evidencia a los de siempre, sólo que no nos acordamos –o no nos queremos acordar- de unas elecciones para otras.
La semana pasada fui a que me hicieran una limpieza facial y también la manicura –soy muy coqueto para ser un alienígena, pero qué le voy a hacer-. Me quedé medio dormido mientras me hacían las manos y desplegué sin querer mis otros dos pulgares. Todavía tengo jaqueca por el tremendo alarido que soltó la esteticista cuando los vio. Me ha dicho la propietaria del establecimiento que ahora está de baja por depresión, y que la próxima limpieza me la va a hacer mi bendita madre.
"No hagas hoy lo que puedes dejar de hacer también mañana". Pessoa, Fernando
Sé de un hombre ya entradito en años que un buen día le dio por el footing. Se dejó asesorar por un amigo y cada mañana salía muy temprano a correr, una vez terminada la insoslayable –así se lo dijo el amigo- sesión de calentamiento. Como era un ejecutivo con una agenda muy apretada al cabo de algunas semanas y para ganar tiempo, comenzó a saltarse el calentamiento. Hasta que un día le dio un infarto y murió. Qué ironía ¿verdad?: por no calentar las piernas estiró la pata.
Estamos en período de campaña electoral y la crispación social comienza a palparse. ¿Por qué ocurre? ¿Qué motiva esa ira, contenida o no, ese desabrido comportamiento de los ciudadanos, más manifiesto cuanto más se acerca el día de las elecciones? Pues los mismos políticos, que son los primeros en crisparse y unos maestros en el arte de crispar a los votantes, con el peregrino convencimiento de que, al acabar éstos hasta los huevos de tanta diatriba y tanto resabio, acaben confundidos y opten por votar, cambiando de opinión a última hora a consecuencia de un rebote, a los que no tenían intención de votar en un principio. Un juego peligroso que puede llegar a afectar, en casos extremos, a los mismos cimientos del sistema democrático. Y que siempre deja en evidencia a los de siempre, sólo que no nos acordamos –o no nos queremos acordar- de unas elecciones para otras.
La semana pasada fui a que me hicieran una limpieza facial y también la manicura –soy muy coqueto para ser un alienígena, pero qué le voy a hacer-. Me quedé medio dormido mientras me hacían las manos y desplegué sin querer mis otros dos pulgares. Todavía tengo jaqueca por el tremendo alarido que soltó la esteticista cuando los vio. Me ha dicho la propietaria del establecimiento que ahora está de baja por depresión, y que la próxima limpieza me la va a hacer mi bendita madre.
"No hagas hoy lo que puedes dejar de hacer también mañana". Pessoa, Fernando
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