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Rebajas


Ir de compras no es lo mío, y menos en época de rebajas, pero ilustra. Hasta que no vi a una señora con elegante atuendo, joyas ostentosas y postura hierática en primera fila de una multitud de otras señoras como ella expectantes, aunque de clase menos pudiente, esperando estoicamente la no por mil veces repetida menos esperada apertura de las puertas de los grandes almacenes para ofrecer las rebajas de enero a los –tras las opulentas y vilipendiosas fiestas navideñas- menesterosos compradores de todas las clases sociales –ir de rebajas es un rito sagrado y no atiende a poderes adquisitivos-, no me convencí de que el dinero gobierna el mundo. El dinero y el ansia por lucirlo de mil formas diferentes, todas ellas agraviantes para quien no lo tiene o no sabe aparentar que lo tiene; la perniciosa vanidad.

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A veces opino de cualquier cosa en este blog pero como un ejercicio de reflexión, más o menos liviano o sesudo en función de la hora y del ánimo. Por eso quiero dejar claro que cualquier parecer, juicio o afirmación mías acerca del asunto que sea son fácilmente revisables con las indicaciones adecuadas y, llegado el caso, hasta desmentidas sin el menor pudor por mi parte. La naturaleza de las personas inteligentes debe poseer una faceta de rectificación que los honra intelectual y moralmente. Por desgracia, ese no es mi caso. Soy un veleta y en el fondo muy pocas cosas me atraen lo suficiente como para tomar posición respecto a ellas. Si cambio de opinión respecto a un asunto, por vital que pueda ser o parecer se debe llanamente a que la opinión previa carecía de convicción al ser enunciada; peor todavía, más de una vez me he pronunciado para que quien me leyese pensara que yo tenía algún tipo de opinión sobre algo. Cuando la verdad desnuda es que no tengo claro casi nada, y casi nad