Ir de compras no es lo mío, y menos en época de rebajas, pero ilustra. Hasta que no vi a una señora con elegante atuendo, joyas ostentosas y postura hierática en primera fila de una multitud de otras señoras como ella expectantes, aunque de clase menos pudiente, esperando estoicamente la no por mil veces repetida menos esperada apertura de las puertas de los grandes almacenes para ofrecer las rebajas de enero a los –tras las opulentas y vilipendiosas fiestas navideñas- menesterosos compradores de todas las clases sociales –ir de rebajas es un rito sagrado y no atiende a poderes adquisitivos-, no me convencí de que el dinero gobierna el mundo. El dinero y el ansia por lucirlo de mil formas diferentes, todas ellas agraviantes para quien no lo tiene o no sabe aparentar que lo tiene; la perniciosa vanidad.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
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