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Mostrando entradas de enero, 2008

Si no lo digo reviento

Tengo una amiga muy especial que, como dijo Sabatini, nació con el don de la risa. Es amable, desprendida, atenta, servicial, físicamente atractiva y moralmente la persona más íntegra que he conocido. Como alienígena, la adoro. Imagínense si fuese humano…

Esos amores

Mi amiga Lenuskana es una romántica escaldada por el romanticismo, aunque ella no lo sabe. Cree que el amor es el trampolín para la felicidad. Yo, que la desilusioné mucho, contemplo impotente su inamovible creencia de que el amor verdadero acudirá en su salvación; y sufro por ella. El amor, como cualquier otro sentimiento, es relativo, y depende tanto del convencimiento de su perdurabilidad como de la sinceridad para con la otra persona que cada cual se digna condecer. Pero el problema surge cuando ese relativismo, en algunas personas -¿la mayoría?-, degenera en hipocresía, y eso duele cuando, tarde o temprano, acabas advirtiéndolo. No puedo pedirle a mi amiga que se deshaga de ese amor canceroso, lo único que me está permitido hacer es sentarme y escuchar sus penas. O lo que tenga que decirme.  

Siesta

En las siestas plácidas de los mediodías meridionales, mis cansados párpados, cercanos ya al sueño, apenas aciertan a dejar abierta una línea tras las que las pupilas consiguen difícilmente vislumbrar la perfección de un horizonte vanamente encrespado y rebelde sobre el mar. Hace décadas, pienso, que lo llevo contemplando y sus aserradas cumbres se me antojan cada día más ridículas en su intento por incrustarse en el cielo mortecino del atardecer, como queriendo herirlo, atravesarlo, o tal vez haciéndolo –quién sabe-, como queriendo turbar con su agresiva apariencia la calma de un universo curvo y sereno, hiperbólico, imperceptible y expansivo, que seguirá existiendo cuando el trabajo crudo e impasible de los elementos haya convertido en sedimento esas cúspides ostentosas, esas crestas desafiantes, ese alzamiento superficial y vano de un planeta que no sabe estarse quieto, que no se conforma. Definidamente, este orbe se merece la especie que lo gobierna.  

El ocio de Bvalltu

Ayer fui al cine. Alien versus Predator. La gente chillaba y hacía todo tipo de aspavientos. Mi sentido del miedo, muy distinto del de los humanos, no se ve afectado por ese tipo de imágenes y secuencias manidas de supuesto terror. En mi planeta, esa película equivaldría a una actuación de Epi y Blas, como mucho. El monstruo de las galletas, ese sí que se gana el sueldo, ¡qué monstruo! –literalmente-. A mí también me encantan las galletas, sobre todo las que tienen tropezones –las inglesas, esas son las que rompen-.    Gastronomía. No sé qué comen en mi planeta –se lo preguntaré a mi madre en nuestra próxima comunicación mental interestelar-, pero aquí, en la Tierra, según el sitio a veces no hay forma de ingerir lo que te sirven. Otras veces, en cambio, hay que reconocer que el paladar advierte el esfuerzo y buen hacer del chef o cocinero mayor y agradece el resultado, aunque por lo que a mí respecta no logro alcanzar las cimas de placer gastronómico a las que algunos entendidos

Rebajas

Ir de compras no es lo mío, y menos en época de rebajas, pero ilustra. Hasta que no vi a una señora con elegante atuendo, joyas ostentosas y postura hierática en primera fila de una multitud de otras señoras como ella expectantes, aunque de clase menos pudiente, esperando estoicamente la no por mil veces repetida menos esperada apertura de las puertas de los grandes almacenes para ofrecer las rebajas de enero a los –tras las opulentas y vilipendiosas fiestas navideñas- menesterosos compradores de todas las clases sociales –ir de rebajas es un rito sagrado y no atiende a poderes adquisitivos-, no me convencí de que el dinero gobierna el mundo. El dinero y el ansia por lucirlo de mil formas diferentes, todas ellas agraviantes para quien no lo tiene o no sabe aparentar que lo tiene; la perniciosa vanidad.

La Tierra explota

Dice Giovanni Sartori que la explosión demográfica llevará a la ruina a este planeta a corto plazo (no especifica si es tiempo geológico o tiempo cósmico). De ser cierto lo que vaticina y defiende con datos al parecer inapelables, ha comenzado el principio de la caída del ser humano como especie dominante en este planeta. Tal vez lo sustituya la cucaracha o cualquier otro insecto, tal vez aparezca una especie nueva, una mutación que supere en habilidades al ser humano, tal vez simplemente la vida siga sin los humanos y la Tierra no se resienta y continúe su periplo como planeta como si nada hubiera ocurrido –especies de mayor arraigo y capacidad de adaptación han desaparecido sin que por ello este planeta dejase de crear vida-. Pero no logro concebir que los humanos, gente tan lista para algunas cosas, cometan necedades como la de ignorar este, al parecer, más que probable cataclismo que, para más inri, podría tener remedio. Claro está que la postura de "ojos que no ven corazón

El mar

Llueve detrás de los cristales, y contemplar las gotas de lluvia me provoca un estado de añoranza y un ánimo nostálgico. Busco entre los recuerdos de mi subconsciente atávico, de mi Yo heredado del Ello galáctico, pero no hallo ninguno que encierre una clase de sentimientos como los que hoy experimento; son recuerdos fríos, vacuos o inhóspitos, muy comunes entre los individuos de mi especie, según me ha confesado mi madre cuando, ya sin soportar un solo minuto más de desasosiego -¿por qué la lluvia produce desasosiego?- me he puesto en contacto mental con ella para conversar. Separados por cientos de años luz, una distancia insalvable para la tecnología de los humanos, ella siempre está dispuesta a la conversación, y aunque haya secretos que no puede revelarme –se lo tienen prohibido y la vigilan-, su consejo y ánimo maternal me consuelan cuando lo necesito. No es que mi especie consista en un atajo de bordes, sino que la evolución, a través de los eones, nos ha protegido confiriéndo

Algunos datos sobre los humanos

Se da la curiosa circunstancia, aquí en la Tierra, de que los humanos, como especie dominante, dejan mucho que desear, y son inferiores en métodos de supervivencia a la mayoría de las otras especies que pueblan el planeta. Sólo una serie interminable de casualidades favorables los ha encumbrado donde están. Equivaldría a que te tocara cien veces seguidas el gordo de la lotería, casi un milagro. Sea como fuere, ahora dominan el mundo y, si consiguen no exterminarse a sí mismos, su dominio puede que se prolongue algunos milenios más ¡Mala suerte para las tortugas y los linces!   Hace 65 millones de años –que se dice pronto-   un cataclismo causado por el impacto de un meteorito ahora conocido como KT, golpeó este planeta con la fuerza de 100 millones de megatones –equiparable a la explosión simultánea de 8000 millones de bombas como la de Hiroshima- y aniquiló a los dinosaurios, especie que dominó la Tierra durante 150 millones de años,  pero sólo pudo eliminar a l 70% de la vida e

Emitir opiniones

Advertí pronto, siendo aún un chaval en casa de mis padres adoptivos, que los humanos cultivan una tendencia exagerada a la exaltación de sus emociones cuando surgen ciertos temas, rayando –si no sobrepasando- la pasión exacerbada en ocasiones de tensión dialéctica extrema. Así, por ejemplo, si sale a relucir en una tertulia –en privado o en foros públicos, tanto da- la política o el fútbol, por ejemplo, los contertulios emiten sus opiniones subiendo los decibelios de sus voces en proporción directa al desconcierto que cada uno de ellos experimenta porque los demás no compartan su, para ellos, indiscutible punto de vista. Hay ocasiones en que, para dejar bien clara la inamovilidad de su postura, alguno de ellos la emprende a mamporros con algún otro, para que aprenda. A este método se le denomina conductivismo y hay veces en las que funciona – al menos aparentemente- y el contrincante –en principio dialéctico y después pugilístico- parece reconocer lo equivocado de su punto de vista

Mis primeros años

Debo aclarar, por mor del entendimiento conmigo mismo y la honestidad de mis reflexiones en este diario, algunas circunstancias relacionadas con mi periplo en este planeta. Era de esperar que la morfología de mis congéneres –y la mía misma al nacer- no tuviera el menor parecido con la de los habitantes de la Tierra, de modo que el comandante de la nave, que me abandonó aquí como ya he dicho, tuvo la lucidez de amoldar mi figura corpórea a los patrones estético-morfológicos aquí imperantes y que , con la salvedad del período glorioso de  los griegos de Pericles, siguen vigentes en la actualidad. Salvo por algunos detalles que tuvo a bien el comandante modificar para proporcionarme protección en caso de apuros, otorgándome así ciertos, digamos poderes, sobre los humanos. Expongo someramente los atributos en cuestión. Mis ojos fueron dotados de unos nervios inusitadamente elásticos que son como las cánulas quirúrgicas de prospección intravenosa  y que manejo a voluntad sacando los globo

Presentación de Bvalltu

Ante todo, me presentaré. Me llamo Bvalltu y pertenezco a una civilización asentada en un planeta separado de la Tierra por varios cientos de años luz. Mi madre me parió en una nave de reconocimiento durante una patrulla de prospección de la Vía Láctea. Tanto ella como mi padre pertenecían al ejército (División Infraquasar) y un error insólito en el cálculo de mi nacimiento comprometió seriamente la misión, de ahí que el comandante, ignorando el desgarrado dolor de mi madre, optara por abandonarme a mi suerte en el planeta que les pillara más a mano, que resultó ser la Tierra. Todo esto lo sé porque en mi especie, los individuos unidos por un estrecho vínculo (madre-hijo, esposo-esposa, hacienda- contribuyente), nunca dejan de estar en contacto mental por muy grande que sea la distancia que los separe, así que mi madre me puso al corriente de lo ocurrido en cuanto tuve edad para comprender. Aquí fui adoptado por un acaudalado matrimonio de ancianos que me crió, educó y entregó su am