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Mostrando entradas de 2008

Último cuento del año

  Veinte años después Gema llegó al hotel cinco minutos antes de la hora de la cita. Avanzó despacio hasta el centro del lobby y encendió un cigarrillo con parsimonia; se dispuso a esperar. La descripción escueta de sí misma que le había dado por teléfono al cliente bastaría para que éste la identificase sin posibilidad de error. Rubia, metro ochenta y seis con tacones, gafas de sol, abrigo de armiño: no habría confusión, nunca la hubo antes. Todas las miradas se dirigieron a ella, la mayoría eran de asombro mezclado con deseo. Su físico y su atuendo no pasaban inadvertidos: provocaban, intimidaban, y ella adoptaba poses que aumentaban ese efecto. Mientras expulsaba interminables bocanadas de humo hacia el techo, una mujer se acercó; era más baja que ella, delgada y con el pelo largo y negro, grandes gafas de sol y una voz tímida. -¿Es usted La Sufridora? - Depende. Para ti no, ricura: no eres mi tipo. -Vengo de parte de Pena de Amor. -Ya ¿Y por qué no viene él?, ¿se ha vuelto tí

El pirata fantasma

El otro día soñé con el fantasma de un pirata. Me extrañó al principio que luciese un sombrero blanco, tan blanco como el parche que llevaba en el ojo. Tan acostumbrados estamos a que los piratas luzcan parches negros que no caí en la cuenta de que un fantasma, aunque sea el de un pirata, no deja de ser en cierto modo la parte oculta del ser humano del que emanó, y por tanto también en cierto modo su opuesto. Así que nada más lógico que el fantasma de un pirata lleve parche y sombrero blancos. El fantasma, en mi sueño, parecía querer decirme algo, pero había algo que impedía la comunicación, bien porque él no pudiese hablar, bien porque yo no consiguiese oír. La situación se tornó angustiosa por lo duradera, demasiado para tratarse de un sueño, y temía yo que acabase derivando en pesadilla si no lo era ya, claro que el análisis de un sueño mientras lo estás soñando difiere necesariamente del que se hace despierto y a trasmano, cuando sólo se tienen los recuerdos del sueño como elemen

El Libro

‘Y ahora, noble viajero, te contaré la historia de este libro’. Con estas palabras dio mi anfitrión por concluída la cena. Entraron varios servidores y recogieron los restos de la misma, y con precisos y rápidos movimientos convirtieron de nuevo en sala de lectura lo que habían improvisado como comedor hacía sólo un rato. El venerable Rashmund tomó entre sus manos un volumen con las tapas grabadas en oro, de gran tamaño, y lo depositó en el suelo, entre él y yo. Con manos suaves pasó algunas hojas delicadamente, cerró los ojos y olfateó el aire. -¿Notas este olor tan especial que desprende el libro?-, yo asentí, aunque no olí nada, -es el olor de la sabiduría añeja, tamizada por el paso de los infinitos años que han atravesado estas páginas. Este es, noble viajero, el Libro de libros, el que se hizo al principio de todo y en él están compendiadas las palabras con las que Dios amasó el mundo, le dio vida y forma, y lo dejó después en manos del hombre para que lo perfeccionara. Para el

Nosferito

Fue a finales del siglo XVII, recorriendo la Estiria, zona de los Cárpatos por entonces perteneciente al imperio Austro-Húngaro y que se ubica al sur de la Transilvania rumana, que por una casualidad de las muchas que han salpicado -no siempre para bien- mi ya larga estancia en este mundo conocí a un viejo trotamundos como yo que me contó la historia del vampiro Nosferito. Era, me dijo, pariente lejano de Nosferatu, quien renegaba de Nosferito por sus costumbres licenciosas y su inmoderada afición al consumo de alcohol. Afición que le venía desde que adquirió la imprudente costumbre de frecuentar glamorosas fiestas que organizaban los nobles y acaudalados miembros de la alta burguesía y la aristocracia estirias, esperando camuflado la salida del palacio o del castillo de los últimos y más perjudicados asistentes para asaltarlos y morderles el cuello, bebiendo su sangre con etanol hasta ponerse él mismo tan ciego como sus víctimas. Con el tiempo, me contó el anciano, Nosferito se fu

Una gitana en Wall Street

Todavía recuerdo, después de tantos años, el día aciago en que aquella gitana me maldijo. Paseaba yo camino de mis oficinas, en el corazón de Wall Street, cuando aquella mujer harapienta me pidió limosna. Se la negué, con un gesto desabrido, y quise rodearla para seguir mi camino, porque me estaba cortando el paso. Pero ella me agarró con fuerza del brazo y me arrojó a la cara su maldición, o su vaticinio o deseo perverso: “Verás con tus propios ojos cómo tus riquezas se multiplican, pero tus descendientes serán castigados por tu falta de caridad”. Esto fue en 1845, tenía yo cincuenta y cuatro años, mujer y tres hijos varones y era el hombre más rico de Nueva York. Cuando, años más tarde,  supe que me faltaba poco para morir, hice llamar a mis hijos, todos casados y con descendencia, junto a mi lecho y les conté la maldición de la gitana, que había recordado cada día de mi vida, cada vez con mayor obsesión. Los tres trabajaban en mi grupo de empresas con destreza y buen sentido, cuali

La Parca

El fragor de la batalla me ensordece Bien ruge quien pelea por su vida Con uñas y con dientes, no hay heridas ¿quién dijo que lo que no mata endurece?   No hay penar para quien desfallece Aunque preceda la flaqueza a la caída Vence siempre Muerte y queda complacida Al comprobar que siempre lo previsto prevalece.   Eterna gloria a quien no conoce la derrota A quien vence de antemano a sus rivales Y cercena, cruel, sus cuellos cual trigales.   Gozas de sobrada ventaja y bien la explotas Te regocijas viviendo lívidos glaciares En rostros que ante ti se ven mortales.

Divagaciones perezosas

Pero, ¿está usted seguro de que fue el mayordomo? Necesito a Machado, a Borges, a Bécquer, a Quevedo, a Valle-Inclán, a Cervantes…. Hay que imponerse la tarea obligatoria de escribir un poco cada día. Hay que obligarse a escribir un poco cada día. Hay que escoger la disciplina de la escritura diaria. Hay que escribir, para uno y siempre para uno, obligarse a reflexionar, calentando un poco las neuronas como en un ejercicio gimnástico, y adentrarse en lo más íntimo y profundo de la mente, de los sentimientos, como quien va de caza, de manera imprevista y sin avisar, pero también con tiento, porque nuestro subconsciente está plagado de alarmas delatoras para rechazar los asaltos de nuestra voluntad.   ‘Lo bien dicho sólo me seduce si dice algo interesante’….Machado.   ‘Las personas con el estómago vacío no desesperan del universo, ni siquiera piensan en ello’…George Orwell.   Connolly escribía pensamientos inconexos sobre la marcha, aforismos geniales, como Nieztc

A un hada

Ese raro cristal que envuelve tu figura De opalinos reflejos que mis ojos deslumbra Trasluce sin querer un halo de penumbra Que contemplo mil veces sin asomo de hartura.   Tallara si supiera mil veces tu escultura Sin afán de oropeles que ni enseñan ni encumbran. Tú y yo solos, sin bien vernos, que no muy bien alumbra La vela que desvela desgarros de alma oscura.   La de adorar tu cuerpo firme en delicado trance, La de no saber asir la luz de tu mirada, La de renunciar a verte algún día a mi alcance.   Mis pinceles rebuscan en mi alma desolada Matices que designen, por siempre, tu balance De carne aislada y sola, de alma siempre alada.

Monólogo infructuoso

Aunque soy consciente de la necesidad de una estructura política que gobierne y mire por los intereses de un estado, estructura política que, desde luego, en el supuesto utópico de que desempeñase la función para la que fue concebida y, por ende, limitándose a procurar la buena marcha social impidiendo desmanes y fomentando aquello que suponga una mejora para el pueblo, y hasta suponiendo -que ya es suponer- que a ese único fin se encomiende, no puedo creerme que estas nobles metas se materialicen, en la dimensión abrupta que sirve de escenario para tales menesteres, sin que un mínimo, asumido y tal vez inevitable grado de podredumbre arruine lo perseguido por esa estructura política, en el más benévolo de los escenarios, y con un escandaloso y deplorable compadreo de cariz expoliador si nos atenemos a la lamentable realidad del habitual comportamiento de algunos grupos sociales (emparentados, en nuestra tierra, con la especulación inmobiliaria.) Acabo de perderme, pero creo que es

Comienzo para una novela negra

Era una rubia platino como Dios manda. Alta como una modelo pero con el cuerpo más rellenito, de mujer hecha y derecha; lucía un vestido de noche brillante de un color cárdeno bermejo tirando a grosellas maduras –o algo parecido; me armo un lío con los colores que usan las señoras- que dejaba contemplar unas rodillas rotundas y bien engrasadas, por abajo, y un escote más generoso que los agentes de inmigración a la hora de repartir candela entre los sinpapeles, por arriba. Andaba con garbo, eso sin duda, y al hacerlo balanceaba las caderas rotundas en un vaivén mareante que te obligaba a desviar finalmente la vista de aquellas curvas resbaladizas si no querías arriesgarte a sufrir un percance físico –y que cada cual lo interprete como quiera, yo sé lo que me digo-. Mientras caminaba trazando líneas rectas inverosímiles entre la apretada amalgama de mesas, sillas, camareros, comensales y peña bailando -y empujándose y pisándose al hacerlo, cosa normal cuando la superficie por persona

El náufrago

El sol me quemaba la piel. Sentía el dolor de mi carne reseca agrietándose lentamente, indefensa ante los rayos como espadas del sol de mediodía. Demasiado tiempo, demasiado dolor, insoportable la inclemencia de la desesperanza. Habían sido días, semanas, no sé, el tiempo no sirve como referencia si no va acompañado de señales fiables que lo respalden, el tiempo no es más que una nada infinita de sufrimiento al que te acabas por abandonar indefenso, postergado, resignado y la sóla esperanza de una muerte cercana te calienta el espíritu y mitiga tu tortura. Fueron semanas, sin duda, lo sé ahora por las palabras del comodoro Rogers, “llevamos siete semanas a la deriva”, dijo. Y no dijo nada más, no al menos para que yo lo escuchase. Yo había perdido, y no pertenecía con propiedad a la tripulación de aquella balsa salvavidas en la que habíamos escapado tras hundirse nuestro buque. Un buque moderno, orgullo de sus armadores, que sin embargo no había resistido los embates de una tormenta

El escritor pertinaz

En la Tercera República Mundial, después de que los supervivientes al Gran Cataclismo salieran a duras penas de los años oscuros de penuria y hambruna del período de interregno, se prohibió la lectura, la escritura y todo lo que tuviera relación con la adquisición y transmisión de una cultura que fue considerada por el Consejo Republicano como la causa principal del holocausto que terminó con el anterior orden mundial. Por esa razón Ibch Turbok, cuya afición a escribir relatos no era ningún secreto, fue detenido y encarcelado como consecuencia de su insistencia en seguir escribiéndolos a pesar de haber sido amonestado en varias ocasiones por el Supervisor Anticultural de su distrito. En su celda se dedicó a escribir –no se le permitía tener recado de escritura- sobre las paredes valiéndose de un clavo oxidado que había arrancado del camastro herrumbroso. El alcaide de la prisión ordenó que le arrebatasen cuanto pudiese ser usado como material de escritura. Le vaciaron la celda y tu